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¿Sheinbaum o Díaz-Canel? El guion de la deslegitimación

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Por Eduardo Díaz Delgado ()

Madrid.- A veces uno mira a México y siente un déjà vu incómodo. Ese gesto de soberbia, ese reflejo automático de culpar a “agentes externos”, esa obsesión por negar lo evidente… parece calcado del manual del castrismo.

La escena fue clara: México despertó con el Zócalo lleno de jóvenes diciendo que el hartazgo es real, no bots ni nada, jóvenes indignados por el gobierno de la Sheinbaum. La movilización fue convocada por un colectivo que se identifica como Generación Z (personas nacidas aproximadamente entre 1997 y 2012) en México, y se realizó el sábado 15 de noviembre de 2025 en la ciudad de México.

El detonante más visible fue el asesinato de Carlos Manzo —alcalde de Uruapan, Michoacán— el 1 de noviembre. Su muerte indignó a muchos jóvenes que venían reportando una mayor ola de violencia, inseguridad y sensación de impunidad. La agenda declarada del movimiento incluía demandas como mayor seguridad pública, fin de la corrupción e impunidad, transparencia gubernamental y participación ciudadana.

La marcha comenzó en el monumento del Ángel de la Independencia y se dirigió hacia el centro de la ciudad, culminando en la Plaza del Zócalo, frente al Palacio Nacional. Aunque inicialmente pacífica, la manifestación derivó en altercados cuando un grupo identificado como “bloque negro” comenzó a golpear y derribar vallas que protegían el Palacio Nacional. Las fuerzas policiales respondieron con gases lacrimógenos y fueron desplazadas unidades de control ante el intento de ingreso a la zona de gobierno.

Las mismas acusaciones de siempre

Autoridades informaron de al menos 100 policías lesionados, de los cuales 40 requirieron hospitalización, y al menos 20 civiles también resultaron heridos. Se registraron detenciones y sanciones administrativas por desórdenes durante la marcha. La movilización se replicó en distintas ciudades de México, mostrando que el reclamo no se limitaba a la capital.

Desde el gobierno de Claudia Sheinbaum se cuestionó la autenticidad del movimiento, señalando que detrás había una campaña de desinformación, bots digitales y financiamiento externo. El Gobierno optó por el guion conocido: “financiamiento del extranjero”, “operación digital millonaria”, “campaña internacional”. ¿En qué momento Sheinbaum empezó a sonar como Díaz-Canel? ¿En qué punto un gobierno que se dice democrático decide que la juventud que protesta no es pueblo, sino enemigo?

Como contraste, muchos jóvenes manifestantes declararon que su participación no respondía a partidos ni filiación política, sino a un hartazgo genuino ante la inseguridad y la falta de respuesta institucional. “El hartazgo es real”, dijeron.

Los paralelismos con Cuba

Es muy fácil decir “intervención extranjera”. Es el truco perfecto: sirve para desviar la conversación, para limpiar culpas y para no tocar el punto fundamental: que los jóvenes marchan porque están hartos. Hartos de la inseguridad, hartos de la impunidad, hartos de gobiernos que creen que todo se resuelve controlando el relato en vez de resolver la vida.

Ese paralelismo con Cuba no es gratuito. Es el miedo al espejo. Es ese instante en que un gobierno actúa como lo que siempre criticó. Porque lo que pasó en México es lo que pasa cuando el poder deja de escuchar: el pueblo termina hablándole en la calle.

Esta marcha se perfila como un hito simbólico: representa el momento en que generaciones más jóvenes mexicanas toman la calle con un reclamo explícito de cambio social, distinto de los movimientos tradicionales.

Las imágenes de banderas del anime One Piece (un símbolo viral juvenil) mezcladas con pancartas críticas al poder político reflejan una estética generacional que busca nuevas formas de expresión. El episodio abre interrogantes sobre la forma de hacer política de la juventud mexicana, su relación con lo digital (convocatorias en redes), la verticalidad institucional y la violencia estructural del país.

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