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Por Datos Históricos
La Habana.- A las afueras de Louisville, Kentucky, en el verano de 1937, un grupo de vecinos se reunió en silencio bajo la sombra de una arboleda. No habían ido allí por curiosidad morbosa, sino por la extrañeza del espectáculo: un enorme semental negro colgaba de las ramas de un árbol, suspendido como si hubiese intentado trepar hasta lo imposible.
Las voces se mezclaban entre el desconcierto y la incredulidad.
“¿Cómo llegó ahí?”
“¿Qué clase de fuerza puede levantar a un animal así?”
Nadie tenía respuesta.
Entonces alguien tuvo una idea: buscar al hombre más viejo del pueblo, aquel que había visto más crecidas, más tormentas y más misterios que cualquier otro. Cuando llegó, se acercó despacio, observó la escena, tocó la corteza húmeda y miró alrededor como quien lee un libro escrito en barro.
Finalmente habló. La explicación era tan simple como brutal: no había sido un ascenso, sino un arrastre.
Durante la gran inundación de ese año, la corriente había subido hasta cubrir la arboleda. El caballo —arrastrado por la fuerza del agua— quedó atrapado entre las ramas, luchando por liberarse. Se agitó, pataleó, trató de mantenerse a flote… pero la corriente era más fuerte. Allí se ahogó, colgado, entre un cielo gris y un río furioso.
Cuando el nivel del agua descendió, quedó la imagen imposible: un caballo suspendido en un árbol, como si la naturaleza hubiera decidido desafiar la lógica.
A veces, las fotografías más inquietantes no retratan monstruos ni milagros, sino el rastro silencioso de la fuerza del agua… y de la fragilidad de la vida ante ella.