Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Oscar Durán
Holguín.- En Cuba el circo nunca se desmonta: apenas pasa un desastre, ya están los mismos de siempre montando la carpa, repartiendo consignas y puliendo la imagen de un sistema que hace décadas dejó de funcionar.
Ahora le tocó a Holguín, arrasada por Melissa, ese huracán que no solo tumbó techos, sino también la poca credibilidad que le quedaba a los que gobiernan. Y como la dictadura no sabe resolver nada por sí misma, llega la misión interagencial de la ONU para salvar lo que ellos, durante años, han permitido que se derrumbe.
Lo presentan como un logro y es todo lo contrario. Tener a la UNICEF, OPS, PMA y la Unión Europea tocando la puerta es la prueba más evidente de la incapacidad total del régimen para proteger a su propio pueblo.
La reunión, como siempre, fue un teatro. Joel Queipo Ruiz y Manuel Hernández Aguilera sentados en la mesa como si fueran gerentes de un país que funciona, explicando con solemnidad los números: 20 mil 200 viviendas afectadas, casi mil colapsadas, más de mil sin techo, 22 mil hectáreas agrícolas destruidas, 15 presas vertiendo agua.
Ellos recitan cifras, pero nunca mencionan la raíz verdadera de la desgracia: décadas de abandono estructural, corrupción, materiales inexistentes y un modelo económico que ni con mil Melissas cambiará. Holguín no está destruida por un huracán; está destruida porque hace años la tiraron a su suerte.
La misión interagencial promete donaciones, comida, almacenes móviles, torres de iluminación… y uno escucha todo eso con la sensación de que estamos atrapados en un déjà vu permanente. Cada año ocurre lo mismo: desastre, elogios diplomáticos, y al final, cuando la caravana se va, el pueblo se queda con un saco de arroz, un par de planchas de zinc y la misma miseria de siempre.
La ONU llega a “coordinar”, el gobierno posa para la foto, y el cubano sigue recogiendo los pedazos de un país que ya no resiste otro golpe, pero que seguirá recibiéndolos mientras esta gente siga en el poder.
Lo más grotesco es escuchar a los enviados extranjeros elogiar “el nivel de respuesta” de las autoridades locales. ¿Cuál respuesta? ¿La de 58 casas reparadas de más de 14 mil con daños parciales? ¿La de los techos que nunca llegan, las presas reventadas, los cultivos podridos? Pero claro, esos elogios siempre aparecen en los comunicados oficiales, porque la cortesía diplomática obliga, y porque nadie quiere decir públicamente lo que todos saben: que la dictadura convierte cualquier tragedia en una oportunidad para posar, mendigar y manipular.
Holguín no necesita misiones interagenciales; necesita libertad, transparencia y un gobierno que no viva del cuento ni de la limosna internacional. Mientras la ONU hace su recorrido y los funcionarios repiten sus discursos desgastados, los holguineros siguen viviendo entre escombros, apagones, techos improvisados y promesas vacías. Melissa fue un huracán. Lo otro, lo que lleva 65 años arrasándolo todo, es una tormenta mucho peor: la dictadura. Y esa, lamentablemente, todavía no ha pasado.