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La Generación Z llega a el Zócalo a protestar contra la Sheinbaum

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Por Redacción Internacional

Ciudad de México.- La marcha de la llamada Generación Z arrancó desde el Ángel de la Independencia con una escenografía más propia de un caos digital que de una protesta convencional: banderas blancas, estandartes de One Piece y la de México con el rostro de Carlos Manzo en lugar del escudo.

Una multitud en la que predominaban adultos vestidos de blanco, muchos superando los treinta, imitaban el atuendo del alcalde asesinado. Los jóvenes, curiosamente, eran minoría, salvo al llegar al Zócalo, donde un grupo de encapuchados comenzó a lanzar piedras y botellas contra el Palacio Nacional, protegido por esas murallas metálicas que ya son parte de la arquitectura política del país. Hubo vallas derribadas, enfrentamientos y gas pimienta. El resto, pese al ruido digital y mediático, transcurrió sin sobresaltos, entre gritos contra la presidenta, consignas de “no somos inteligencia artificial” y el eterno “fuera Morena”.

Toda esta movilización, presentada como la primera gran protesta contra el Gobierno de Claudia Sheinbaum, está envuelta en la polémica. Mientras los organizadores insisten en que se trata de un estallido juvenil espontáneo, el Gobierno sostiene que detrás hay una estrategia digital finamente articulada, con influencers, cuentas automatizadas y un entramado mediático vinculado a organizaciones internacionales. Nada nuevo en el país: cada protesta viene con su propio expediente de conspiración, pero esta vez Sheinbaum presentó un informe detallado, convencida de que la indignación juvenil del mundo —que ya tumbó gobiernos en Nepal, Perú o Madagascar— ha sido aquí capturada por intereses muy específicos. Y como siempre, cada bando ve al otro como un laboratorio político.

Entre los asistentes estaba Fernanda, 29 años, que lo dijo sin rodeos: “Estoy aquí porque amo México”. Habla de violencia, de inseguridad, del miedo cotidiano. Y arremete contra el informe oficial que reduce la protesta a bots y manipulaciones. Ella misma se declara apartidista, pero tiene sus simpatías: admira a Nayib Bukele y sueña con Ricardo Salinas Pliego como futuro candidato, porque —según sus palabras— “él no sabe de política”. Paradójico, pero real. Salinas, por cierto, fue de los primeros en amplificar el movimiento, justo en la semana en la que un fallo judicial le exige pagar 50.000 millones de pesos al SAT. Y ahí, como era de esperarse, el Gobierno ve una campaña orquestada para desgastar a la administración de Sheinbaum, financiada con cifras que rozan lo escandaloso.

El asesinato de Carlos Manzo terminó convirtiéndose en el punto de ignición de un movimiento que nació disperso entre videos creados con inteligencia artificial, referencias de anime y un hartazgo que recorre las ciudades mexicanas como si fuera humo bajo las puertas. Puebla, Monterrey, Guadalajara… todas tuvieron su réplica. En redes sociales circulan tutoriales para marchar por primera vez, mensajes de adolescentes que denuncian manipulación, y la amplificación constante de figuras como Temach, Chumel Torres y varios opositores. La presidenta, por su parte, insiste en que nada de esto es genuino: dice que detrás se esconden empresarios, operadores mediáticos y empujones desde el extranjero.

La llegada al Zócalo fue el punto más tenso. Un centenar de jóvenes encapuchados lanzaron objetos, rompieron vallas y desplegaron una violencia que contrastaba con las familias vestidas de blanco que miraban desde lejos, algunas alentando frases como “somos más” o “Palacio Nacional es del pueblo”. El pliego petitorio habla de revocación de mandato, reformas judiciales y transparencia, pero el discurso dominante en redes va por otro lado: seguridad, hastío, corrupción. Mientras tanto, el Gobierno reconstruyó el origen digital de la protesta, rastreándolo hasta mediados de octubre, cuando un reportaje de Azteca Noticias —del propio Salinas Pliego— comenzó a encender la chispa. Luego vinieron las imágenes generadas por IA que mostraban al Palacio Nacional en llamas. El país, otra vez, atrapado entre su propia rabia y la eterna disputa por definir quién mueve realmente los hilos. (Con información de El País)

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