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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- La historia del himno nacional de Guatemala y la del poema La niña de Guatemala de José Martí parecen, a primera vista, dos caminos distintos. Sin embargo, ambos comparten una raíz común: la presencia de Cuba en el alma guatemalteca y la fuerza de los sentimientos que unieron a dos pueblos a través de la poesía y la música.
Este trabajo nació tras un encuentro entrañable con un matrimonio guatemalteco, Verónica y Julio, cuyas palabras despertaron en mí el deseo de explorar ese lazo de afectos y memorias que enlaza nuestras naciones. Fue Verónica quien, con una mezcla de orgullo y ternura, me recordó un hecho que muchos desconocen: el autor del himno nacional de Guatemala fue un cubano. Y tenía razón —no fue Martí, sino José Joaquín Palma—, otro patriota de nuestra isla que halló en Guatemala su segunda patria. Así, la conversación con ellos encendió la chispa que dio origen a estas páginas, donde la historia se convierte en un puente de amistad y reconocimiento entre dos pueblos hermanos.
La obra de un poeta cubano se convirtió en canto patrio de Guatemala, y el amor trágico de otro cubano, José Martí, halló eco eterno en la poesía nacional. En estas líneas se revela esa unión sentimental e histórica que la palabra, la música y la memoria sellaron entre dos naciones que comparten ideales de libertad y una misma sensibilidad americana.
El origen del himno nacional de Guatemala se remonta al concurso convocado en 1896 por el presidente José María Reina Barrios, con el propósito de dotar a la nación de un canto patriótico propio. A la convocatoria acudieron poetas y músicos de renombre, pero la letra elegida fue la de José Joaquín Palma (1844–1911), un poeta cubano exiliado que había luchado por la independencia de su patria y hallado refugio en tierras guatemaltecas.
Palma, nacido en Bayamo, Cuba, fue amigo personal de José Martí y compartió con él el ideal de una América libre. Su vida estuvo marcada por el destierro, la docencia y la poesía. En Guatemala, fue cónsul de Cuba y un respetado intelectual. Su letra, intensa y heroica, exaltaba el sacrificio y el orgullo nacional, y fue musicalizada por Rafael Álvarez Ovalle, un compositor guatemalteco de gran sensibilidad patriótica.
El himno se estrenó oficialmente el 14 de marzo de 1897, durante las celebraciones de la Exposición Centroamericana, con un entusiasmo que selló su destino como canto nacional. Curiosamente, Palma mantuvo su autoría en secreto, por modestia, hasta que en 1910, un año antes de su muerte, confesó públicamente haber sido el autor de la letra. Falleció en Guatemala el 2 de agosto de 1911, dejando grabado para siempre su nombre en la historia del país que lo adoptó como hijo.
Décadas más tarde, el himno nacional fue revisado para adaptarlo a una nueva sensibilidad. Durante el gobierno de Jorge Ubico, se consideró que el texto de Palma era excesivamente bélico, con expresiones como “ni esclavos, ni tiranos, ni traidores”, que evocaban la lucha armada más que la serenidad de la paz. Por ello, el 19 de febrero de 1934, se encargó al poeta José María Bonilla Ruano la tarea de matizar el lenguaje sin alterar el espíritu patriótico de la obra. El resultado fue la versión oficial que Guatemala canta hasta hoy, más lírica y espiritual, pero fiel al sentimiento de libertad que inspiró a Palma.
Texto original de José Joaquín Palma (1896)
Guatemala feliz… ya tus aras
no ensangrienta feroz el verdugo;
ni hay cobardes que laman el yugo,
ni tiranos que escupan tu faz.
Si mañana tu suelo sagrado
lo amenaza invasión extranjera,
libre al viento tu hermosa bandera
a vencer o a morir llamará.
Libre al viento tu hermosa bandera
a vencer o a morir llamará;
que tu pueblo con ánima fiera
antes muerto que esclavo será.
De tus viejas y duras cadenas
tú forjaste con mano iracunda
el arado que el suelo fecundo
y la espada que salva el honor.
Nuestros padres lucharon un día,
encendidos en patrio ardimiento,
y lograron sin choque sangriento
colocarte en un trono de amor.
Que tus hijos valientes y altivos
veneraron la paz cual presea
y la altiva bandera tecea
libertad o muerte legó.
Versión oficial (revisión de Bonilla Ruano, 1934)
Guatemala feliz… que tus aras
ya no profana el verdugo feroz;
ni hay cobardes que laman el yugo,
ni tiranos que escupan tu faz.
Si mañana tu suelo sagrado
lo amenaza invasión extranjera,
libre al viento tu hermosa bandera
a vencer o a morir llamará.
Libre al viento tu hermosa bandera
a vencer o a morir llamará;
que tu pueblo con ánima fiera
antes muerto que esclavo será.
De tus viejas y duras cadenas
tú fundiste con mano iracunda
el arado que el suelo fecunda
y la espada que salva el honor.
Nuestros padres lucharon un día
encendidos en patrio ardimiento,
y lograron sin choque sangriento
colocarte en un trono de amor.
Que tus hijos valientes y altivos
veneraron la paz cual presea
y en tu altiva bandera ondea
libertad o muerte legó.
Las diferencias son leves, pero estilísticamente suavizan los tonos de combate del original.
José Martí llegó a Guatemala en marzo de 1877, invitado por el presidente Justo Rufino Barrios, quien admiraba su talento y su verbo. Fue profesor en el Instituto Nacional para Varones, donde impartió literatura, y fundó la Escuela Normal para Maestros, con una pedagogía avanzada para su época. En esos meses conoció a María García Granados y Saborío, hija del expresidente Miguel García Granados, a quien Martí había conocido por motivos intelectuales y políticos. Entre ambos surgió un afecto sincero, aunque imposible, pues Martí estaba comprometido. María enfermó y murió poco tiempo después, en 1878, con apenas 17 años. De esa tragedia brotó una de las páginas más bellas de la poesía hispanoamericana: La niña de Guatemala, incluida en Versos sencillos (1891).
“La niña de Guatemala”
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Era linda y se llamaba
como en la flor, María;
era blanca como el alba,
y dulce como el día.
Se murió de amor, y dicen
que murió de desengaño;
que por ir al extranjero
su novio la dejó, en un año.
Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.
Junto al río la enterraron,
y de amor murieron dos:
la niña de Guatemala,
y el que le escribió esta voz.
El poema, que hoy se enseña en las escuelas guatemaltecas, es una joya de ternura y tragedia. Martí no solo narró un suceso personal, sino que inmortalizó en versos el espíritu sensible y noble del pueblo guatemalteco.
Así las cosas, el himno nacional de Guatemala y el poema La niña de Guatemala son dos gestos de amor que nacieron del alma cubana. Uno exalta la libertad de un pueblo; el otro, la pureza del sentimiento.
Ambos revelan que entre Cuba y Guatemala existen lazos que van más allá de la historia: son vínculos del corazón, de la palabra y del ideal de libertad que animó a los hombres y mujeres de nuestra América.
Y si este estudio ha podido entrelazar con respeto y admiración esos hilos comunes, es en buena parte gracias al espíritu generoso de Verónica y Julio, guatemaltecos de noble corazón, cuya sencillez y fervor por su tierra inspiraron no solo estas páginas, sino también la certeza de que la hermandad entre los pueblos se cultiva en el diálogo, la memoria y la gratitud compartida.