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Donde la selva se confunde con el mito

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En 1959, sobre la selva densa del Congo, un helicóptero militar surcaba el aire caliente y turbio. A bordo iba el coronel Remy Van Lierde, un veterano piloto belga que, en medio de una patrulla rutinaria, vio algo que aún hoy divide al mundo entre creyentes y escépticos.

Bajo él, entre claros de vegetación y sombras de árboles gigantes, algo se movió. Una forma larga, sinuosa, imposible.

Van Lierde descendió un poco más y entonces la vio: una serpiente colosal, de un marrón verdoso que brillaba con la luz del sol. Según su testimonio, medía cerca de 15 metros, con una cabeza triangular tan grande como un hombre. Afirma que la criatura incluso se alzó hacia el helicóptero, obligándolo a abortar la maniobra.

La fotografía tomada aquel día —granular, aérea, inquietante— muestra una serpiente entre la maleza. Desde entonces, ha alimentado foros, discusiones y sueños febriles de criptozoólogos.

Algunos sostienen que fue analizada, autenticada, confirmada. Otros recuerdan que no existe ninguna verificación científica que avale semejante tamaño.

La comunidad científica insiste: ninguna serpiente viva alcanza los 15 metros. Ni siquiera la legendaria Titanoboa, extinguida hace 60 millones de años, superaba los 13. La posibilidad de que un animal así sobreviva hoy, oculto en un mundo vigilado por satélites y drones, es casi nula.

Pero la imagen sigue ahí, suspendida en ese punto donde la selva se confunde con el mito. ¿Fue un error de perspectiva? ¿Una ilusión causada por la altura? ¿O un vistazo fugaz a algo que no debía existir?

En la frontera entre la ciencia y la leyenda, la serpiente del Congo sigue arrastrándose silenciosa, esperando que alguien vuelva a buscarla.

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