Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Lo dicen las redes, lo susurran las colas para comprar un analgésico, lo grita el silencio de los camiones de basura que no pasan: al menos nueve virus campan a sus anchas por la Isla. Al régimen, que durante meses miró para otro lado mientras los vertederos crecían y los hospitales se desbordaban, ahora no se le ocurre otra cosa que sacar su viejo guion de hierro forjado en la Guerra Fría. La culpa, siempre la culpa, es de un ente externo y malvado que quiere dañar al turismo.

Uno, que es de bar y ha visto cómo se montan los líos de la nada, no puede evitar una sonrisa amarga. Es un espectáculo tan predecible como trágico. Conocen la función de memoria: el desastre higiénico-ambiental, la escasez de medicamentos, la luz que se va y convierte una nevera vacía en un triste mueble, la falta de agua para lavarse las manos… todo eso es obra nuestra, de aquí, de la gestión que convirtió la tierra de las palmas en un paraíso para los mosquitos. Sin embargo, el relato oficial apunta con el dedo a un villano de cartón pintado allá lejos. El cinismo, como el virus, también es endémico.

Y entonces, en medio de este caos que ellos mismos han cocinado a fuego lento durante décadas, anuncian la solución: vamos a hacer como con el COVID-19. Justo el mismo juego de aislar y tapar. Uno recuerda aquellos días de pandemia, cuando la maquinaria propagandística se engrasaba con odas al sistema sanitario mientras en los barrios la gente se hacinaba para comprar comida. La misma receta para un mal diferente. ¿Incompetencia? Puede ser. Pero en la barra del bar, los teoristas de lo cotidiano, esos que saben más de vida que todos los burócratas juntos, musitan otra cosa: ¿y si el caos es el negocio?

Una crisis para que envíen dólares

Es una idea que te hiela la sonrisa. Un régimen agonizante, con la industria oxidada, el azúcar como un sueño lejano y el turista huido, se aferra a lo único que le queda: la diáspora y su billete de supervivencia. Las remesas son el oxígeno que mantiene vivo a un paciente que debería estar en la UCI. ¿Qué mejor manera de estimular ese flujo de dólares que una buena crisis que aterrorice a los de afuera por los de adentro?. Celebrar con luces y pompas sobre el sufrimiento a oscuras de un país no es solo impotencia, es la moral de un proxeneta que no duda en prostituir el dolor ajeno.

No hace falta ser conspirador para verlo. Basta con tener los ojos abiertos. El genocidio, que lo hay, no es con balas, sino con negligencia, con silencio, con la calculadora en la mano. Convierte la salud en un arma y la desesperación en una commodity. Es el toro rejoneado que, en su embestida final, no distingue entre capote y tendido.

Al final, la pregunta que flota en el aire habanero, pesado y húmeda como el de agosto, no es quién tiene la culpa, sino quién se beneficia de esta miseria. Y la respuesta, quizás, la estemos enviando nosotros mismos cada vez que un giro postal llega para tapar un agujero que el régimen excava deliberadamente. La libertad, al parecer, también se paga con remesas.

Deja un comentario