Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Fruncía el seño y con aire concentrado repetía para mi diversión «La cruz del gato, si no te mueres, te mato». ¡Y sanación completa! Era una época en que en el enfrentamiento entre mosquitos y personas, quienes tenían todas las de perder eran los insectos. Como estaban imposibilitados de transmitir la fiebre amarilla (que era lo único con lo que se defendían ellos), estaban expuestos más que los humanos a morir en el encuentro, sea de un manotazo, un periodicazo o un habilidoso aplauso en medio del vuelo. De hecho, ni medias blanquinegras usaban, o sea… pobres de ellos.
La frase de mami mientras hacía con su uñas una cruz en la picada, era definitiva y contundente. Epidemiológicamente más segura que una campaña antivectorial. Y aventurera… Porque siempre me pregunté a qué gato se refería y porqué un gato iba a tener una cruz. Y lo más desconcertante: quién era el que moría… ¡porque el mosquito no era!
Hoy día lo que más me llama la atención del hecho (sospecho que mi encuentro con éste, el más misterioso de los encantamientos que aprendí jamás, fue teniendo menos de cinco años) es que, siendo todo lo curioso que era, no le hiciera todas esas preguntas a mi hechicera predilecta.
Como soy asmático, teníamos prohibidas las mascotas en casa, así que el gato que más conocía era El Gato con Botas (que tampoco me interesó jamás saber porqué usaba botas) y en mi imaginario infantil recuerdo haber tejido una especie de leyenda acerca de un gato justiciero súper rápido, que con una espada y la habilidad de Sato Ichi, trazaba cruces en el aire cortando mosquitos en dos a derecha e izquierda mientras ejecutaba desplazamientos malabaristas con esa habilidad que tienen los gatos de caer siempre de pie (que por cierto, tampoco pregunté porqué lo lograban, y esta es la altura de mi vida, que aún no lo sé).
Mas tarde en mi vida (mucho más tarde) supe de los sprays anti mosquitos y ante tamaño descubrimiento, siendo un tarajallúo con casi treinta años en las costillas, mi primer pensamiento fue un frasco con la imagen de un gato al estilo Hanna-Barbera, enfundado en un uniforme de mosquetero y blandiendo una espada, con el cartel «SPRAY ANTI MOSQUITOS 𝗟𝗔 𝗖𝗥𝗨𝗭 «.
La conciencia acerca de muchos de mis misterios infantiles no me llegó de golpe, de hecho, la vida ha querido desgajarne de ellos poco a poco y bastante tardíamente. A pesar de mi espíritu indagador y de mi actitud pro-lógica, ellos, como en un castillo asediado por hordas enemigas llamadas «madurez» fueron y aún hoy siguen siendo resistentes a pesar de combate tan desigual. Cierro los ojos a la evidencia científica (que sin embargo incorporo) y sigo protegiendo irracionalmente (a capa y espada) los rincones de mi alma donde sobreviven los vestigios de mi inocencia.
Aún hoy trato mis picaduras hundiendo mis cortas uñas en las picaduras, y si no lo digo, infaliblemente tengo que pensarlo: «La cruz del gato… si no te mueres, ¡te mato!».