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El Caribe Sur, caldera de presión: el despliegue militar de EE.UU. y el aislamiento terminal de Maduro

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Por Joaquín Santander ()

Caracas.- En el teatro del Caribe Sur, los buques de guerra estadounidenses han dejado de ser una presencia disuasoria para convertirse en los instrumentos de una política de hechos consumados. La administración Trump, en una escalada que recuerda a los días más tensos de la Guerra Fría, ha desplegado una fuerza naval de proporciones inéditas en el presente siglo: cerca de 10.000 soldados, nueve buques de guerra —incluido el portaaviones USS Gerald R. Ford— y un submarino de ataque de propulsión nuclear se encuentran apostados cerca de las aguas territoriales venezolanas. Este no es un ejercicio rutinario; es el lenguaje del hard power, una demostración de fuerza diseñada para alterar los cálculos de un régimen que Washington está acorralando.

El pretexto oficial, la lucha contra el narcotráfico, se desarrolla mediante una campaña de ataques letales que ya ha dejado un reguero de sangre en el mar. Desde el 2 de septiembre, las Fuerzas Armadas de EE.UU. han ejecutado al menos 17 ataques contra embarcaciones en aguas internacionales, resultando en la muerte de aproximadamente 70 personas a quienes el gobierno de Trump identifica como «narcoterroristas».

Sin embargo, una investigación de Associated Press revela que entre los muertos hay pescadores y trabajadores pobres de Venezuela, mientras que la ONU ha fustigado estas acciones calificándolas de ejecuciones extrajudiciales. En la retórica de Washington, cualquier lancha que navegue por una ruta sospechosa se convierte en un objetivo legítimo, una licencia para el uso de la fuerza que prescinde de procedimientos judiciales y evoca los fantasmas de la Guerra contra el Terror.

Maduro aislado y tambaleante

Tras la cortina de humo del narcotráfico, el objetivo estratégico es transparente: el cambio de régimen en Caracas. Funcionarios estadounidenses han dejado claro en privado que el principal objetivo del incremento de tropas es expulsar del poder a Nicolás Maduro. La narrativa se construye con meticulosidad: la designación del Tren de Aragua y el Cártel de los Soles como organizaciones terroristas, la duplicación de la recompensa por Maduro hasta los 50 millones de dólares —la más grande en la historia de Estados Unidos— y la acusación directa al presidente venezolano de liderar una estructura narco. Es el mismo libreto de Irak, adaptado al Caribe: crear un casus belli mediante la asociación entre un gobierno soberano y el terrorismo transnacional.

Frente a esta presión, Nicolás Maduro se encuentra en la posición más débil de su década en el poder. Su tercer mandato, impugnado tras unas elecciones de dudosa legitimidad en 2024, comienza con un aislamiento internacional casi total.

Antiguos aliados de la izquierda latinoamericana, como Lula en Brasil o Petro en Colombia, dieron la espalda a su investidura, limitando su apoyo geopolítico al reducido —y a su vez sancionado— eje de Cuba y Nicaragua. A nivel interno, aunque mantiene el control de las Fuerzas Armadas y los aparatos de seguridad, su base de apoyo se erosiona en un país exhausto. El chavismo ya no puede pretender ser una fuerza mayoritaria; su victoria es pírrica, y lo sabe.

Un final cada vez más cerca e incertidumbre futura

En este tablero geopolítico al borde del colapso, los posibles finales para Maduro se perfilan en varios escenarios, ninguno de ellos pacífico. Analistas del Instituto Tricontinental esbozan algunas opciones: la «Opción Panamá» (un ataque directo para capturar al líder, aunque enfrentaría una defensa más sólida que la de Noriega), la «Opción Irak» (una campaña de «conmoción y pavor» para desmoralizar al Estado, con el riesgo de una resistencia prolongada) o la «Opción Golfo de Tonkín» (un incidente fabricado que justifique una escalada mayor).

Mientras, el canciller venezolano Iván Gil advierte que cualquier agresión podría «encender una chispa en toda América Latina», un llamado a la solidaridad regional que, en las actuales circunstancias, suena más a grito de auxilio que a una estrategia coherente.

El Caribe Sur se ha convertido así en un polvorín donde una chispa, ya sea un error de cálculo, un incidente fronterizo o una decisión unilateral de Washington, puede desencadenar una catástrofe regional.

Estados Unidos ha cruzado el Rubicón de la presión económica para adentrarse en el territorio pantanoso de la coerción militar directa. Maduro, acorralado y aislado, cabalga sobre un tigre del que no puede bajarse. Su final, cualquiera que sea, parece estar más cerca que nunca, pero la pregunta que resuena en toda la región es a qué precio llegará ese desenlace, y si el fuego que se encienda en Venezuela no terminará consumiendo la ya de por sí frágil estabilidad de América Latina.

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