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Yeison Derulo
Artemisa.- El discurso oficial celebra con entusiasmo el nuevo donativo chino de 5.000 sistemas fotovoltaicos destinados a viviendas rurales cubanas. Los titulares hablan de “transición energética”, de “cooperación internacional” y de “esperanza encendida” en los rincones más pobres del país. Pero debajo de ese relato diplomático, repetido con precisión burocrática, se esconde una verdad incómoda: lo que se presenta como un acto de generosidad es, en realidad, una operación política de propaganda mutua, un intercambio de favores que poco o nada cambia la vida cotidiana de las familias que siguen a oscuras.
Resulta significativo que cada anuncio de este tipo llegue envuelto en los mismos lugares comunes: la “amistad histórica”, la “solidaridad incondicional”, el “compromiso con el desarrollo sostenible”. Sin embargo, basta recorrer cualquier zona rural de Artemisa, Guantánamo o Las Tunas para comprobar que los paneles solares donados años atrás permanecen inactivos, rotos o sin baterías, porque el mantenimiento brilla por su ausencia. El problema no es la donación en sí, sino la estructura que la recibe: un sistema estatal que administra la ayuda como si fuera trofeo político, no solución técnica.
China obtiene visibilidad internacional y reafirma su influencia en el Caribe; Cuba obtiene titulares y fotos para alimentar su narrativa de “resistencia acompañada”. Pero en el terreno, la ecuación no se traduce en autonomía energética ni en desarrollo local. Los supuestos “sistemas para viviendas aisladas” suelen terminar en manos de funcionarios, cooperativas priorizadas o proyectos con fines propagandísticos. El ciudadano común —ese que cocina con leña o vela en la oscuridad— sigue dependiendo del mismo generador estatal que falla cuando más se necesita.
El acto en la Terminal de Mariel, con discursos perfectamente redactados y elogios cruzados, no fue más que la escenificación de una cooperación que ya nadie cree desinteresada. Mientras el viceministro habla de “garantizar electricidad las 24 horas”, en la mayoría de los municipios del país los apagones se extienden más de diez horas diarias. Las cifras oficiales y la realidad nacional siguen discutiéndose sin encontrarse nunca. En la práctica, la luz prometida por China se convierte en una metáfora cruel: brilla en los discursos, pero no alumbra las casas.
Lo que necesita Cuba no son donaciones con cintas rojas y cámaras extranjeras, sino un modelo energético honesto, transparente y descentralizado. Las alianzas pueden ser útiles, pero cuando se administran desde la opacidad y el control político, terminan sirviendo al poder y no a la gente. De tanto aplaudir los regalos ajenos, el país corre el riesgo de olvidar que la verdadera independencia no se enchufa ni se dona: se construye, con responsabilidad y con verdad.