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La vergonzosa respuesta de Díaz-Canel en El Cobre

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Por Luis Alberto Ramirez ()

Miami.- El reciente paso del huracán Melissa dejó una estela de destrucción y desesperanza en gran parte del oriente cubano. Pero lo que más ha estremecido a la opinión pública no fue solo la magnitud del desastre natural, sino la catástrofe moral del régimen cubano, simbolizada en un instante bochornoso que tuvo lugar en el poblado de El Cobre, en Santiago de Cuba.

Allí, una humilde señora, que lo había perdido todo bajo los vientos del huracán, se atrevió a decirle al “presidente” Miguel Díaz-Canel que no tenía cama donde dormir. La respuesta del mandatario fue tan cruel como reveladora: “¡Y yo tampoco tengo pa’ dártela ahora!”

Esa frase, pronunciada en tono despectivo, refleja mejor que cualquier discurso el verdadero rostro del poder en Cuba: la soberbia, la falta de empatía y el desprecio por el sufrimiento humano. No fue una respuesta improvisada por el cansancio o la tensión del momento; fue la expresión natural de quien se sabe impune, de quien no siente obligación moral alguna hacia el pueblo que dice representar.

El incidente ha reavivado un debate crucial: ¿qué se está haciendo realmente con la ayuda internacional destinada a los damnificados del huracán? Porque si el propio jefe de Estado responde con sarcasmo a una víctima que lo ha perdido todo, ¿cómo puede alguien creer que la asistencia humanitaria llegará a quienes más la necesitan?

La misma historia de siempre

La historia se repite una y otra vez. Cada vez que un desastre azota la isla, el régimen monopoliza la recepción y distribución de la ayuda, impidiendo que organizaciones independientes, la Iglesia o la sociedad civil participen en su entrega. El resultado es siempre el mismo: manipulación política, favoritismos, desvíos y un pueblo cada vez más humillado.

Pero la escena del Cobre tiene un valor simbólico mucho mayor. En ella se condensan más de seis décadas de autoritarismo disfrazado de “revolución humanista”. Un verdadero líder habría respondido con empatía, habría prometido gestionar una solución inmediata, habría mostrado al menos un gesto de compasión. En cambio, el muy sincasa eligió la burla y el desdén, dejando claro que no gobierna para el pueblo, sino sobre el pueblo.

Esa frase “¡Y yo tampoco tengo pa’ dártela ahora!” quedará grabada como un testimonio de la degradación moral del poder cubano. Un poder que, ante la miseria, responde con soberbia; ante el dolor, con cinismo; y ante la verdad, con represión.

Porque cuando un mandatario pierde la capacidad de sentir el sufrimiento de su gente, ya no representa a una nación, sino a una maquinaria de poder vacía y sin alma. Y Cuba, una vez más, se queda sin consuelo, esperando que algún día el viento que derrumba techos también se lleve la hipocresía y el desprecio de quienes se creen dueños del destino del pueblo.

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