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Por Luis Alberto Ramirez ()

Miami.- El régimen cubano ha demostrado, una y otra vez, que la ineficiencia y la desidia son pilares de su gestión. No hay mejor prueba de ello que la situación de los damnificados por los desastres naturales que, desde hace décadas, siguen esperando una ayuda que nunca llega.

Los nombres de los ciclones cambian, Ian, Rafael, Oscar o ahora Melissa, pero el guion es el mismo: promesas, manipulación de la ayuda, desvío de recursos y un pueblo condenado a la miseria.

El huracán Ian, en 2022, provocó un colapso total del sistema eléctrico nacional. Durante semanas, Cuba entera estuvo sumida en la oscuridad, y aún hoy, tres años después, los damnificados siguen esperando las viviendas que se les prometieron.

Las imágenes de Pinar del Río, con techos arrancados y comunidades enteras destruidas, son idénticas a las de entonces. Los discursos del régimen también: los mismos compromisos vacíos, los mismos actos públicos para “mostrar avances”, y al final, la misma nada.

Damnificados para siempre

No es un caso aislado. Basta recordar la tormenta Rafael, en noviembre de 2014, o la reciente tormenta Oscar, que dejó a media Cuba sin electricidad, para comprender que el problema no es el clima, sino la falta de voluntad política y el robo institucionalizado. En Pinar del Río, el puente de Los Palacios, destruido por una tormenta hace más de veinte años, sigue sin repararse.

Dos comunidades, Los Palacios y Paso Real de San Diego, continúan prácticamente incomunicadas. El régimen se adueñó de las donaciones internacionales destinadas a la reconstrucción y, como en tantas otras ocasiones, el dinero y los materiales desaparecieron en el laberinto de la corrupción estatal.

Incluso en La Habana, capital del país y vitrina del poder, todavía existen damnificados de ciclones anteriores viviendo en albergues comunales. Allí, familias enteras sobreviven en condiciones infrahumanas, como ratas en madrigueras, sin privacidad, sin higiene y sin esperanza. Y mientras tanto, en las redes sociales circulan denuncias y fotografías de productos con etiquetas que dicen “donación al pueblo de Cuba por tal o más cual país”, vendidos en las tiendas en divisas que controla el Estado.

Venta de materiales… tras Melissa

El caso más reciente, el del huracán Melissa, que destruyó más de 70 mil viviendas en el oriente del país, muestra que el régimen no ha aprendido nada. Las ayudas internacionales, que deberían destinarse a los más necesitados, se han convertido en un nuevo negocio para el Estado: materiales de construcción donados son ahora vendidos “a mitad de precio” por las instituciones oficiales. Ni siquiera la tragedia logra despertar un mínimo de humanidad en quienes gobiernan.

Puentes destruidos, carreteras deterioradas, comunidades aisladas por la crecida de los ríos, viviendas colapsadas… y una burocracia que se mueve más lentamente que la reconstrucción. Según reportes independientes, la ayuda humanitaria “sigue más perdida que la libertad de Cuba”.

La historia se repite porque el régimen no tiene interés en cambiarla. En cada desastre natural, el gobierno cubano ve una oportunidad para reforzar su control, manipular la caridad internacional y mantener a la población en un estado perpetuo de dependencia. La reconstrucción nunca llega porque el desastre, material y moral, es el combustible del sistema.

Los ciclones que han pasado por Cuba en los últimos sesenta y siete años, son vientos plataneros comparados con la revolución cubana.

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