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El destello de verdad que desnudó a la tiranía en Guamuta

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Por Elier Vicet ()

Santiago de Cuba.- Fue en El Cobre, un lugar sagrado para los cubanos, donde un ciudadano anónimo de Guamuta rasgó el telón de la farsa gubernamental. Con una calma que congeló la escena, un joven se plantó ante el designado Miguel Díaz-Canel y, ante las cámaras que suelen registrar sólo alabanzas, soltó la verdad incómoda:

“Allá arriba no ha ido nadie”. En esa frase corta como un hachazo no solo denunciaba el abandono de su comunidad tras el huracán, sino que desafiaba toda la narrativa de un régimen que se vende como protector del pueblo.

La reacción del títere no se hizo esperar, pero no fue para preguntar por los detalles de la emergencia, sino para cuestionar el acto de filmar. “¿Tú me estás haciendo una directa?”, espetó con visible incomodidad. Su prioridad no era la suerte de los habitantes de Guamuta, sino el control de la imagen, el miedo a que esa verdad se filtrara. En ese instante, quedó al descubierto el verdadero pilar del sistema: no la solución de problemas, sino la supresión de quien los señala.

Con una serenidad que habla de un valor nacido de la desesperación, el joven se mantuvo firme. Aseguró que grababa “para mi mamá”, un gesto cotidiano que se transformó en un acto de resistencia. Y repitió, como un martillo golpeando la misma clavo: “Allá arriba en Guamuta no ha ido nadie”. No era una queja, era una acusación. Era la voz de casi dos mil personas, con niños y ancianos enfermos durmiendo a la intemperie, clamando a través de él.

La evidencia de desconexión entre pueblo y gobierno

Ante la evidencia, el único recurso del déspota fue la incredulidad teatral. “¿Tú estás seguro?”, preguntó, como si la certeza del que vive en el lodo y ve la desgracia de frente pudiera equipararse a la duda burocrática de quien gobierna desde un despacho. La respuesta del joven, un “seguro” contundente, fue el juicio más elocuente contra un poder que sistemáticamente desconoce la realidad que afirma gobernar.

La salida final de Díaz-Canel no pudo ser más elocuente en su vacío: “A guapiar, la semana que viene estamos de nuevo aquí”. Una frase hecha, un eslogan hueco para abandonar el lugar del incómodo cuestionamiento. Mientras, las caras de asombro y disgusto del pueblo, y el intento de una trabajadora social por justificar lo injustificable, completaron el cuadro de un régimen que sólo sabe rodearse de sí mismo.

Este breve encuentro en El Cobre trascendió el hecho anecdótico. Se convirtió en una metáfora perfecta de la Cuba de hoy: un hombre con poder que sólo ve cámaras y amenazas, y otro, sin más armas que su verdad, que le recuerda que su cargo es una ficción sostenida sobre el silencio de los abandonados. El valor de ese joven no solo expuso una mentira puntual, sino que dejó al descubierto la desconexión absoluta entre un palacio y su pueblo.

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