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El 12 de septiembre de 1940, en la campiña francesa, un niño de 18 años llamado Marcel Ravidat paseaba con su perro Robot cuando ocurrió algo inesperado: el animal cayó en un agujero del suelo. Al intentar rescatarlo, Marcel descubrió la entrada a un pozo que descendía unos quince metros bajo tierra.
Intrigado, volvió al lugar con tres amigos, una linterna y el valor de quien aún no sabe que está a punto de cambiar la historia del arte. Al descender, la luz de sus lámparas reveló algo asombroso: las paredes estaban cubiertas de pinturas de bisontes, caballos, ciervos y toros, tan vivas que parecían moverse. Habían encontrado las cuevas de Lascaux, una galería de arte prehistórico con más de 600 pinturas y 1.500 grabados, datados en unos 17.000 años de antigüedad.
El hallazgo fue una ventana directa al alma de nuestros antepasados. Aquellas figuras, trazadas con pigmentos naturales y manos humanas del Paleolítico, mostraban no solo la caza, sino también la espiritualidad, el asombro y la necesidad de dejar huella.
Décadas después, las cuevas originales tuvieron que cerrarse. El aliento, el calor y el dióxido de carbono de miles de visitantes estaban destruyendo lentamente las obras. En su lugar se construyó una réplica exacta, Lascaux II, para preservar la magia sin poner en riesgo el original.
Así, gracias a la curiosidad de un niño y la caída accidental de un perro llamado Robot, la humanidad recuperó una de las expresiones más antiguas y bellas de su propio espíritu creativo. (Tomado de Datos Históricos)