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Cuba: La nación que agoniza en silencio

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Por: Jorge L León (Historiador e investigador)

Miami.- Cuba está muriendo. No por una guerra ni por un cataclismo natural, sino por una enfermedad política que corroe su alma y destruye sus cimientos. El comunismo —esa ideología que prometió justicia— ha terminado por matar la esperanza, la salud, la dignidad y la vida misma. En cada ciudad, en cada pueblo, la muerte se ha hecho rutina, y el Estado ha dejado de ser protector para convertirse en verdugo.

La muerte sin duelo: el colapso de la dignidad

Hoy, ni siquiera la muerte tiene descanso en Cuba. Las funerarias están desbordadas; los ataúdes son un lujo, los carros fúnebres, una rareza, y los cementerios, un paisaje de abandono. Hay cuerpos que esperan horas, a veces días, para ser trasladados. Las familias velan sin flores, sin luz, sin lágrimas visibles, porque ya el dolor se ha vuelto costumbre.

La prensa independiente ha documentado escenas que estremecen: decenas de cadáveres acumulados, falta de refrigeración, despedidas truncas y silencio oficial. El régimen responde con su mentira habitual: “todo está bajo control”. Pero la realidad los desmiente a diario. Lo que existe es un país donde el dolor ya no cabe ni en las funerarias.

Epidemias, hambre y abandono: la geografía del desastre

A la par del colapso funerario se extiende una ola de enfermedades: dengue, oropouche, chikungunya, infecciones respiratorias y diarreas masivas. Sin medicamentos, sin hospitales funcionales, sin médicos motivados, los cubanos enfrentan la enfermedad como si fuera destino.

Los testimonios se repiten: una joven de treinta años muere por un virus no identificado; una madre suplica por un antibiótico que no llega; en pueblos enteros, los hospitales carecen de luz y agua.
Cuba ya no padece una crisis sanitaria: padece el hundimiento total de su sistema de salud, ese que alguna vez fue el estandarte de la propaganda castrista. El país se ha transformado en un campo de resistencia biológica y moral, donde sobrevivir es un acto heroico y morir, una estadística oculta.

El comunismo como raíz de la tragedia

Nada de esto es casual. Es la consecuencia directa de un modelo que agotó su mentira.

El comunismo cubano, en su obsesión por controlar la vida, ha terminado por controlar la muerte.
No hay inversión, no hay transparencia, no hay sensibilidad. Todo se administra desde el dogma, todo se oculta tras la consigna. La vida humana vale menos que un discurso, y el dolor colectivo es disimulado con desfiles vacíos y frases huecas.

En nombre de una igualdad que nunca llegó, el régimen ha destruido la base material de la existencia. Los hospitales sin medicamentos, los niños sin leche, los ancianos sin pensión, los muertos sin ataúd: todos son testigos de un fracaso monumental que ya no se puede disimular.

La moral en ruinas y la ideología de la muerte

La ideología oficial ha transformado la resignación en virtud. Se enseña a soportar, no a exigir. Se glorifica el sacrificio, no la justicia.

El cubano común ha sido reducido a sobreviviente, a espectador de su propio país desmoronado. La moral colectiva se marchita: se entierra sin velar, se calla sin protestar, se sobrevive sin soñar.
La muerte ha dejado de ser un hecho biológico para convertirse en el símbolo de una nación que se apaga. En Cuba ya no se muere solo el cuerpo: muere la esperanza, la verdad, el amor por la vida.

Asi las cosas, ninguna nación puede sostenerse sobre la mentira eterna. Ningún pueblo puede vivir cuando su Estado le roba hasta el derecho a morir con dignidad.

Cuba agoniza, y en su silencio resuena el fracaso de una ideología que convirtió la vida en un cementerio de ilusiones.

La historia recogerá este momento no como una crisis sanitaria, sino como el funeral moral de un sistema que mató a su propio pueblo en nombre de la igualdad.


El comunismo no solo ha destruido la economía cubana: ha enterrado su alma.

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