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Por Max Astudillo ()

La Habana.-Cuba lleva años siendo un país a la deriva, un barco que se hace el que navega pero al que se le ve el fondo desde la orilla. La gente no vive, sobrevive, que es otra cosa, más triste y más larga. Lo del huracán Melissa es solo el decorado nuevo de una obra que lleva décadas en cartelera.

Ahora la ayuda es imprescindible, sí, porque el gobierno no tiene cómo enfrentar la hambruna que vendrá en unos meses, cuando se acaben las fotos de los techos volados y empiece el hambre de verdad, la que no sale en los partes oficiales. Pero la hambruna, como el socialismo, ya estaba aquí. El huracán solo le puso nombre de mujer y vientos de categoría cinco.

Desde hace mucho tiempo, los cubanos no tienen comida, o la tienen a precios de ciencia ficción en una economía de pesadilla. No tienen medicamentos, o los buscan por Internet como se piden deseos a una estrella fugaz. Los hospitales son lugares por donde pasan las enfermedades y se quedan a vivir, con las paredes despintadas y los aparatos rotos. Y no hay aviones, ni trenes, ni ómnibus, ni taxis que funcionen de verdad. Hay un país entero detenido en una foto de los años cincuenta, pero con el color desvaído y la sonrisa borrada.

Lo que el gobierno recauda, lo que entra por esa rendija que llaman “economía estatal”, se lo queda GAESA. Esa palabra que suena a sigla soviética pero es un holding que convierte la miseria en hoteles de lujo. Llenan arcas que, según dicen las malas lenguas —las únicas que dicen la verdad en la isla—, atesoran 18 mil millones de dólares. Mientras la gente hace cola para un pollo, ellos amasan un fortuna en paraísos fiscales que son la verdadera revolución: la de los bolsillos llenos.

Melissa se llevó lo que quedaba

Solo viven bien los que llevan el apellido Castro y los que dirigen a cualquier nivel, por pequeño que sea. El que tiene un carnet con un sello dorado tiene acceso a la comida que no pudieron descargar en los puertos, a la medicina que nunca llegó a la farmacia, al carro que no se avería porque tiene gasolina de la buena. El resto son figurantes en una película que no eligieron protagonizar. Ciudadanos de segunda en su propio país, pidiendo ayuda a familiares en el extranjero para no desfallecer en el intento.

¿Y ahora qué? Ahora llega el huracán de verdad y se llevó por delante lo poco que quedaba en pie. La ayuda internacional es un parche, necesario, urgente, pero es un parche en una herida que lleva década supurando. El gobierno cubano no tiene capacidad para enfrentar esto porque su modelo es el problema, no la solución. Es un sistema diseñado para la escasez y el control, no para el bienestar. Y cuando la naturaleza golpea así, lo único que les queda es apretar más las tuercas y esperar que la gente aguante.

La pregunta no es si Cuba necesita ayuda ahora. La pregunta es por qué hemos permitido que la necesite desde hace tanto tiempo. Por qué un pueblo entero lleva años pidiendo auxilio a gritos y el mundo solo se da cuenta cuando un huracán le arranca el techo. Bajo esos escombros ya había gente viviendo. Siempre los hubo.

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