Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Eduardo Díaz Delgado ()
Madrid.- El huracán Melissa arrasó el Caribe y golpeó con furia el oriente de Cuba. Primero Jamaica, donde los vientos alcanzaron categoría 5; luego, los efectos se sintieron en las provincias de Santiago, Holguín y Guantánamo. Frente a este desastre, los ofrecimientos de ayuda internacional se dispararon y no tardaron en llegar.
El Fondo Central de Respuesta a Emergencias (CERF) de la ONU aprobó 4 millones de dólares para Cuba, con aportes confirmados de Alemania (330 000 USD) y Noruega (400 000 USD), además de fondos multilaterales canalizados por agencias humanitarias. A su vez, Venezuela envió 26 toneladas de ayuda, y Canadá comprometió 7 millones de dólares para el Caribe. La maquinaria internacional se activó rápido; la única pieza que no parece encajar es la del propio Estado cubano.
A esa ola de solidaridad se sumó Estados Unidos, la cual es la ayuda más incómoda, porque el gobierno cubano hace muy poco estaba hablando de genocidios, bloqueo y ganas de matar de hambre al pueblo de Cuba. El secretario de Estado, Marco Rubio, escribió en X:
“We are prepared to offer immediate humanitarian aid to the people of Cuba affected by the Hurricane.”
(“Estamos preparados para ofrecer ayuda humanitaria inmediata al pueblo de Cuba afectado por el huracán”).
Desde La Habana, primero hubo silencio. Luego vinieron los matices: que si “el bloqueo”, que si “la ayuda debe entrar por el Estado”. Más tarde, funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores aseguraron que había “contactos preliminares”, pero “nada concreto”. Mientras tanto, Washington precisó que su intención era canalizar la ayuda por medio de iglesias y socios locales, evitando los canales oficiales, con el fin de garantizar que llegara directamente a la población. No es que el gobierno cubano tenga mala reputación ni nada manejando y entregando esas ayudas. ¡No! ¡Qué va! (Por favor, nótese el sarcasmo).
En paralelo, la sociedad civil cubana y la diáspora comenzaron a moverse. Plataformas como La Familia Cubana —con redes dentro y fuera del país— acopian alimentos, medicinas y ropa, y muestran en redes cómo esas donaciones llegan a comunidades del oriente. Artistas y ciudadanos se suman a ese esfuerzo espontáneo, mientras el Estado observa con recelo y aparecen puntos de control y demoras injustificadas que entorpecen la entrega.
La escena es extraña: el mundo envía dinero, suministros y recursos; la gente se organiza para que lleguen; y el Estado, en lugar de facilitar, vende comida a los damnificados. En varias provincias se distribuye una libra de arroz por persona, a precios apenas más bajos que los del mercado. En un país donde la mayoría no puede costear lo básico, ese gesto roza el cinismo. No es auxilio: es ¿descaro?
Y mientras se celebra la eficiencia de “las estructuras de gobierno”, las necesidades reales siguen sin cubrirse. El dizque presidente habla de victorias, de unidad con el pueblo, y lo que podemos ver fuera del sistema informativo estatal es otra cosa. Incluso se ha visto a no poca gente diciéndole en la cara a los dirigentes que son unos mentirosos y que el bloqueo es interno. Los informes locales muestran a familias que, días después del huracán, siguen sin rescate ni asistencia. Los recursos internos no se movilizan: ni colchones de hoteles vacíos, ni excedentes de almacenes, ni combustible reservado para emergencias.
Por si fuera poco, el primer ministro firmó un decreto para otorgar créditos destinados a la reconstrucción de viviendas. Créditos, no ayudas. Se financiaría “una parte” del costo, y el resto correría por cuenta de los damnificados. Pero, ¿cómo se paga un crédito cuando se ha perdido todo? ¿Con qué salario, con qué dinero, con qué casa?
El mapa queda claro: la ayuda internacional llega, la sociedad civil actúa, y el Estado cubano se paraliza entre burocracia y propaganda. Habla mucho, pero actúa poco; vende lo mínimo; controla lo que no debía controlar; deja que el desastre se haga mayor mientras predica “unidad”, “solidaridad”, “revolución”… No reconstruye, administra. No asiste, gestiona de forma torpe. Y así, entre discursos, ventas “subvencionadas” y decretos de crédito, los cubanos siguen esperando algo que debería ser simple: que el país los cuide cuando más lo necesitan.
¿Y las conclusiones? ¿Las tienes? Está fácil…
Quieren ser la llave de paso de las ayudas y presentarse como salvadores victoriosos. Estar en el medio los mantiene visibles, les permite decir que son útiles y necesarios, cuando en realidad, en todo lo demás, son un estorbo. Por eso les molesta que la gente entregue la ayuda de forma independiente; perder la hegemonía duele, pero hay que andar con cuidado: no están en condiciones de exigir nada, ¿verdad, PCC? Es muy duro ser desplazados, depender del exterior —aunque sea un secreto a voces— y ver cómo, entre los que ayudan, también hay “enemigos” del team PCC, según el propio PCC.
De cara al exterior, el negocio es dar lástima. A eso, últimamente, le llaman pornomiseria. Y ya sabes cuál es el ingrediente principal de ese negocio: la miseria.
¿A que no adivinas de quién?