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Por Jorge Sotero (Tomando como base un texto del actor Luis alberto García)
La Habana.- Alejandro Miguel Gil Fernández, el Zar de las Finanzas, el hombre que con su Tarea Ordenamiento nos endilgó una crisis económica de marca mayor, no era solo el viceprimer ministro y ministro de Economía. Otzea… fue BINISTRO.
Pero ahora, la Fiscalía General de la República lo ha imputado por una decena de «boberías»: espionaje, malversación, cohecho, lavado de activos y hasta sustracción de documentos oficiales, entre otras lindezas.
Es el funcionario de más alto rango en caer en desgracia desde los tiempos de Lage y Pérez Roque, lo que sugiere que, en efecto, no era la única papa descompuesta en el saco, sino quizás la más gorda.
Uno se pregunta si el gran periodismo investigativo nacional, ese que suele coexistir en una realidad paralela, alguna vez olió algo o si su deber y obligación de airear estos asuntos se lo llevó el mismo viento que se llevó las esperanzas de un pueblo harto de la escasez.
En el monumental catálogo de delitos, sin embargo, falta la causa fundamental: MENTIRNOS. Mentirnos una y otra vez. Mientras el exministro salía en la Mesa Redonda, con esa seriedad y aplomo de camarada de alta estirpe, a asegurar que permitir a los cubanos importar comida era «un error» que dañaba la economía, economistas independientes como Roberto Díaz Vázquez le gritaban al vacío: «el Estado cubano es una cosa y la sociedad es otra, bien diferente».
¿Algún diputado, en aquel teatro de adulancia, puso en duda los argumentos del Zar? ¿O acaso escucharon a aquellos avezados economistas que advirtieron que las restricciones solo provocarían «una parálisis en la relación oferta-demanda y un incremento de precios ante la escasez»? No. Se prefirió el monólogo del poder a las voces que desde dentro trataban de señalar el abismo.
Ahora, con el ciudadano Gil procesado, el régimen anuncia con pompa su «invariable ética» y su lucha inquebrantable contra la corrupción.
La Fiscalía, tras una investigación del MININT, ha solicitado para él y otros imputados sanciones privativas de libertad. El juicio, prometen, será público… para la prensa estatal.
odo muy rápido, todo muy controlado. Pero en este circo mediático diseñado para mostrar firmeza, la pregunta crucial se ahoga en los comentarios de las redes: ¿Quién lo puso en esos puestos? ¿En qué Escuela de Cuadros del PCC lo diplomaron? Esa pregunta, que apunta directamente al presidente Miguel Díaz-Canel, quien lo tuvo como uno de sus colaboradores más cercanos, es la que el gran teatro no puede ni quiere responder.
El juramento que le ronca el tallo
Y entonces uno recuerda esos juramentos solemnes que los funcionarios firman con bombo, platillo, banda militar y coro en televisión abierta. ¿Sirve de algo ese papel? ¿O le ronca el tallo la solemnidad cuando la realidad demuestra que detrás del «compañero» ejemplar podía haber un presunto delincuente a gran escala?
El mismo Gil fue el encargado de aplicar la polémica subida de los combustibles de hasta el 400% y de vender como un éxito la Tarea Ordenamiento, que terminó por hundir aún más la economía nacional. Esa fue la gran mentira estructural, el crimen económico previo a los delitos penales por los que ahora se le juzga.
La timing de este proceso, no obstante, es impecable. Con el pueblo sumido en la miseria tras el huracán y reclamando ayuda a gritos, el poder saca de la chistera el juicio del siglo para mostrar actividad y, de paso, tener a la población entretenida con un chivo expiatorio de lujo.
Como bien apuntan los cínicos en redes, es la estrategia de siempre: en el momento en que la olla de presión está a punto de estallar, ofrecen un espectáculo que desvíe la mirada. Menos mal que no es este un Estado fallido, y menos mal que son las matrices de opinión modeladas en las redes por el enemigo, las que intentan desacreditarlo. ¡Qué alivio!