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Desprecio y ruina: El huracán de la miseria cubana

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- El huracán que arrasó el oriente cubano no solo destruyó viviendas y cosechas: desnudó por completo la tragedia moral y material de un pueblo abandonado. Lo que la naturaleza arrancó en unas horas, el comunismo lo ha venido desmantelando durante décadas. Y cuando más se necesita sensibilidad y auxilio, aparece el discurso vacío de un dirigente incapaz de sentir compasión.

Escuchar a Díaz-Canel haciendo política con el dolor, hablando de “resistencia” y “victoria” mientras las familias orientales buscan agua entre el lodo, es un acto de desprecio imperdonable. Porque detrás de cada casa derrumbada hay una historia, una madre que llora, un anciano que perdió todo, un niño que ya no entiende qué futuro le espera. La tragedia no es solo el huracán: es el sistema.

En las provincias de Granma, Santiago de Cuba, Holguín, Las Tunas y Guantánamo, miles de cubanos han quedado a la intemperie. No hay electricidad, no hay agua, no hay alimentos ni medicinas. El Estado, que se proclama protector, aparece solo para repartir discursos y fotografiarse sobre los escombros. El pueblo, una vez más, está solo frente al desastre.

La farsa del bloqueo

Mientras tanto, el régimen celebra su “triunfo” en la ONU. Una victoria tan hueca como su retórica. Porque, más allá de los aplausos de sus cómplices, el representante de Estados Unidos dejó al desnudo toda la farsa del llamado “bloqueo”.

Recordó que Cuba importó el año pasado más de 500 millones de dólares en alimentos y equipos desde Estados Unidos, lo cual demuestra que no existe bloqueo alguno, sino un embargo comercial limitado, producto de la falta de pagos y la desconfianza internacional hacia un sistema quebrado.

El régimen no mostró en la televisión cubana la intervención del delegado norteamericano. No podía. Porque allí se denunció a Cuba como cómplice del terrorismo internacional, aliada de regímenes islamistas y protectora de causas violentas. Se habló también de la corrupción estructural, del colapso financiero y del descrédito moral de una dictadura que ya no engaña a nadie.

Ni China, ni Rusia, ni los socios del llamado “socialismo del siglo XXI” quieren seguir financiando un modelo que no paga, no produce y no tiene futuro.

El país vive un colapso total

El comunismo ha erosionado la infraestructura, los valores y la esperanza.

Hoy, el oriente cubano es la representación más cruda de esa decadencia: pueblos enteros sin techo, cosechas perdidas, hospitales sin recursos, niños con hambre, ancianos abandonados. No se trata ya de un problema económico: es una tragedia humanitaria a escala de genocidio.

Y en medio de todo, la televisión oficial habla de victorias, de “unidad” y de “continuidad”.

Continuidad, sí… pero de la ruina.

Mientras los dirigentes viajan en vehículos de escolta, los campesinos caminan entre el fango buscando una vela, un poco de arroz, un sorbo de agua limpia.

El límite está aquí.

Ya no hay excusas, ni bloqueos imaginarios, ni enemigos externos.

El único enemigo real del pueblo cubano es el régimen que lo oprime y desprecia.

El huracán pasó, pero la tempestad moral continúa, sostenida por un poder que perdió toda vergüenza.

Cuba agoniza entre los escombros, y quienes deberían servirla, la saquean con su indiferencia.

El comunismo cubano no tiene más rostro que el del desprecio, y es ese desprecio el que hoy asfixia a una nación que solo pide pan, luz y dignidad.

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