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Por Luis Alberto Ramirez ()
Miami.- Una vez más, el régimen de La Habana demuestra que su prioridad no es el bienestar del pueblo, sino mantener el control total sobre cada aspecto de la vida nacional. Desde hace más de seis décadas, ninguna organización, país o individuo puede distribuir ayuda humanitaria en Cuba sin la autorización, participación y dirección del gobierno. Todo debe pasar por los canales del Estado, porque en la lógica del castrismo, hasta la solidaridad debe ser monopolizada por el poder.
Tras el devastador paso del huracán Melissa por el oriente de la Isla, el gobierno de Estados Unidos ofreció asistencia directa al pueblo cubano, sin intermediación del régimen. Sin embargo, todos saben lo que eso significa: el pueblo no recibirá nada. Washington, con buenas intenciones, volvió a caer en la ingenuidad de creer que el régimen aceptaría una ayuda humanitaria que no pueda manipular políticamente.
La reacción oficial no se hizo esperar. El secretario de Organización del Comité Central del Partido Comunista, Roberto Morales Ojeda, calificó de “indigna” la oferta estadounidense, realizada por el secretario de Estado, Marco Rubio. “Lo que deben hacer es quitar el bloqueo”, dijo, repitiendo el mismo discurso que por décadas ha servido de excusa para justificar el fracaso del sistema. Pero detrás de esa respuesta no hay dignidad alguna, sino miedo: miedo a perder el control del “estómago nacional”, miedo a que el pueblo descubra que fuera del régimen también hay manos dispuestas a ayudar sin pedir lealtad política a cambio.
Mientras otros países afectados por el meteoro aceptaron la ayuda de Estados Unidos con gratitud y pragmatismo, Cuba fue la excepción. El gobierno prefiere ver sufrir a su población antes que permitir que una fuerza externa, y especialmente una potencia democrática, rompa el monopolio estatal sobre la distribución de bienes y recursos. En la Isla, ni una libra de arroz, ni un litro de agua, ni un medicamento puede llegar al pueblo si no lleva el sello de la “Revolución”.
El régimen cubano sabe que permitir la ayuda independiente significaría admitir su incapacidad para atender las necesidades más básicas de su gente. Además, esa ayuda desmontaría la narrativa de que “el embargo lo impide todo”. Por eso, cada vez que se abre la posibilidad de recibir apoyo externo sin control del Estado, se recurre a la retórica del “bloqueo”, al nacionalismo de ocasión y a la ofensa fingida.
Mientras tanto, el pueblo cubano sigue entre los escombros, sin electricidad, sin alimentos y sin esperanza de recibir una ayuda que ya fue ofrecida, pero que el gobierno no permite que llegue. Washington exhorta a sus ciudadanos a enviar ayuda “de pueblo a pueblo”, pero en Cuba no hay espacio para el pueblo cuando el régimen se siente desplazado del protagonismo.
En la práctica, el mensaje del castrismo es claro: antes que perder el control, prefiere ver morir de hambre a su población. La ayuda humanitaria se convierte así en otro campo de batalla ideológica, donde la “soberanía” no significa independencia, sino sumisión total al poder. Y mientras el mundo observa, el régimen sigue aferrado a su dogma: en Cuba nada entra, nada se reparte, nada se mueve, si no es a través del Estado. Ni siquiera la compasión.