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La coreografía del absurdo: EEUU ofrece ayuda a Cuba, pero el gobierno no la aceptará

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Por Anette Espinosa ()

La Habana.- En un guion repetido hasta el agotamiento, Washington extiende una vez más su mano con ayuda humanitaria para los damnificados del huracán Melissa. Y, en una coreografía tan predecible como un noticiero estatal, La Habana se apresta a rechazarla con un discurso de ofendida dignidad. El secretario de Estado anuncia por X el ofrecimiento, y ya sabemos que el canciller cubano prepara la réplica: la misma obra de teatro que lleva décadas en cartelera. La única diferencia es el nombre del ciclón.

El gobierno cubano, maestro en el arte de la victimización, ya tiene el comunicado listo. Tachará el gesto de «cínico e hipócrita», calificará la ayuda de «ridícula y humillante limosna», y argumentará que no se puede aceptar una limosna de quien simultáneamente te aplica un «bloqueo genocida». Es un libreto probado: en 2004, con el huracán Charley, rechazaron 50.000 dólares usando exactamente los mismos adjetivos. La soberanía no tiene precio, pero aparentemente sí tiene un manual de estilo.

Mientras, en La Habana, la maquinaria diplomática ya está calentando motores para el próximo round en la ONU. Acaban de lograr, una vez más, el respaldo abrumador de la comunidad internacional para condenar el embargo estadounidense. El canciller Bruno Rodríguez aprovechará cualquier micrófono para denunciar los más de 7.500 millones de dólares en daños que, según sus cifras, causa anualmente el bloqueo, y cómo este obstruye el acceso a medicamentos y afecta el bienestar del pueblo. La ayuda humanitaria de EEUU estorba en ese relato de victimización perfecta.

La misma posición de siempre

Y en medio de este intercambio diplomático de golpes bajos, ¿dónde queda la gente? La misma gente que hoy no tiene techo por el huracán, que hace cola para conseguir comida, que sufre los apagones y la escasez. Para la dirigencia cubana, el sufrimiento ciudadano es un recurso retórico más, el escenario donde se representa el drama épico de la Revolución contra el Imperio. Los que padecen son espectadores forzosos de una función que no pidieron ver, y desde luego, no tienen ni voz ni voto en el guion.

La pregunta que nadie en el poder quiere oír es obvia: si el bloqueo es el culpable de todas las carencias, ¿por qué rechazar una ayuda que lo sortea y alivia directamente el dolor de los afectados? La respuesta incómoda es que aceptar la ayuda desmontaría la narrativa fundamental del régimen: que Cuba es una víctima inmaculada y absolutamente inocente de su propia crisis. Una ayuda aceptada sería un reconocimiento tácito de que, más allá del bloqueo, existe una urgencia humanitaria que el gobierno es incapaz de resolver por sí solo.

Al final, todo se reduce a esto: los de arriba decidirán, como siempre, por los de abajo. Los mismos que no se despeinan para comprar alimentos o medicamentos, declinarán orgullosos un auxilio que podría darle un plato de comida o un techo temporal a una familia. Es el precio de mantener viva la llama del conflicto, una llama que, como bien saben, se alimenta del sacrificio ajeno. El pueblo, una vez más, será el convidado de piedra en el gran teatro político de la Isla.

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