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Por Robert Prat ()
Los Ángeles.- Lo que Shohei Ohtani hizo anoche en el Dodger Stadium no fue solo ganar un partido de Serie Mundial, sino reescribir el concepto mismo de lo que un solo jugador puede lograr en un juego de béisbol. Mientras Toronto creía tener una estrategia infalible —simplemente no lanzarle—, Ohtani demostró que incluso el miedo del rival puede convertirse en estadística: nueve veces consecutivas alcanzando la base, un récord de 83 años que ahora lleva su nombre.
Fue una exhibición de poder tan absurda que los Azulejos prefirieron enfrentarse cuatro veces intencionalmente al resto del lineup de los Dodgers antes que verlo swingear otra vez.
En una noche donde cada vez que agarraba el bate parecía que el destino del juego se inclinaba hacia Los Ángeles, Ohtani conectó dos jonrones y dos dobles, empatando un récord de 119 años por extrabases en Serie Mundial. Pero más impresionante que los números fue el momento elegido para cada hit: un jonrón solitario para calentar, otro en la séptima entrada para empatar cuando todo parecía perdido, y dobles que movieron las cadenas de anotaciones como si fuera un conductor de orquesta dirigiendo el ritmo del partido.
La estrategia de Toronto de caminarlo intencionalmente se convirtió en el tributo más sincero a su grandeza. Prefirieron llenar las bases y enfrentar a Mookie Betts o a Freddie Freeman —dos de los mejores bateadores del mundo— antes que ver a Ohtani con un bate en las manos. Esa imagen repetida de Ohtani caminando tranquilamente hacia primera base mientras el estadio abuchea será uno de los momentos definitorios de esta Serie Mundial: el reconocimiento tácito de que estaban frente a algo que superaba cualquier manual de estrategia.
Detrás de la hazaña hay una mentalidad que desconcierta por su sencillez. «Lo que más importa es que ganamos», dijo a través de su intérprete, como si acabara de jugar un partido de temporada regular. Mientras el mundo del béisbol se volvía loco con sus récords, él ya estaba pensando en descansar para su próxima hazaña: abrir como lanzador en el cuarto juego. Esta capacidad para vivir en el presente mientras realiza proezas que pertenecen a los libros de historia es quizás su cualidad más desconcertante.
Cuando finalmente Freddie Freeman conectó el jonrón de la victoria en la entrada 18, parecía casi un acto de justicia poética: incluso en el momento culminante de otro jugador, la sombra de Ohtani seguía presente, pues fueron sus hits anteriores los que mantuvieron a los Dodgers con vida durante cinco horas de juego. Su impacto fue tan determinante que hasta el héroe del juego final le debe parte de su gloria.
Lo que estamos presenciando con Ohtani no es simplemente a un gran jugador en racha, sino a un atleta que está expandiendo los límites de lo posible en el deporte. Empatar a Babe Ruth en registros de postemporada mientras se prepara para lanzar como abridor en el siguiente juego es algo que pertenece al territorio de la leyenda. Anoche no solo ganó un partido para los Dodgers; le recordó al béisbol que algunas veces, muy de vez en cuando, el deporte produce a alguien que puede jugar en una liga completamente diferente.