Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Padre Alberto Reyes Pías
Evangelio: Lucas 18, 9-14
Camagüey.- Un día, hace ya muchos años, entré al Seminario, porque me sentía llamado a entregar mi vida en su totalidad, para servir, para acompañar, para amar o al menos, eso era lo que yo me decía, porque aquel joven de 21 años que entró al Seminario se sentía, en el fondo, casi, casi San Alberto.
¿Servicial? Sí, lo era. ¿Deseoso de ser un instrumento de Dios? Sí, realmente sí. Pero me sentía, en muchos aspectos, más que otros. Y más allá de mis auto justificaciones, era rígido, inmisericorde, duro.
El camino de la verdad no fue fácil. Reconocer las mentiras que me contaba a mí mismo, aceptar mis miserias, mi fragilidad, mi radical necesidad de misericordia no fue fácil, mucho menos agradable.
Veintiocho años después salí de Roma hacia Jerusalén, a pie, y después de mucho andar llegué a Magdala, la ciudad de María Magdalena. Allí hay una iglesia grande y hermosa, con una cripta. Bajé, en ese momento más como turista que como peregrino, y al entrar en la cripta me encontré de frente con una pintura inmensa, a todo lo largo y ancho de la pared posterior.
Estaban pintados sólo los pies de la gente y, entre ellos, los pies de Jesús. Pegada al suelo, en medio del tumulto, una mano anciana tocaba con su dedo el manto de Jesús, y un círculo de luz emergía, sanador, imparable. Yo estaba allí, de pie, delante de aquel cuadro inesperado, y desde lo más profundo de mi alma brotó una verdad ineludible: «Yo también necesito ser sanado» . Y me rompí en llanto.
He leído muchas veces la parábola del fariseo y el publicano, y he pensado mucho en el publicano, ganándose la vida robándole a gente pobre y, sin embargo, renuente a decirse «no pasa nada», «todo el mundo lo hace» , «no es para tanto.»
He pensado mucho en San Mateo, también publicano, que al escuchar a Jesús pedirle: Sígueme, dice el Evangelio que: «Inmediatamente lo dejó todo y lo siguió.»
Algo así no se improvisa, una reacción así tenía que haber tenido detrás muchas horas de soledad delante de la verdad desnuda, y la verdad desnuda es aquella que nos dice: «Esta parte de ti está mal.»
Reconocer nuestras oscuridades puede ser muy duro, aceptar que en nosotros no todo es bondad es muy duro. Asumir que también nosotros necesitamos decir: «Señor, ten misericordia de mí» , es muy duro.
Y sin embargo, es la única oportunidad que tenemos de caminar hacia la luz, es la única forma de renunciar a nuestras defensas y dejar a Dios hacer un camino en nuestra alma. Ese camino que va poco a poco permitiendo que la fuerza sanadora del Señor marque nuestros días.