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Por Luisa Mamani (Especial para El Vigía de Cuba)
La Paz.- Aunque el poder formal se le escapó de las manos, Evo Morales no ha abandonado la trinchera política. Desde su refugio en el Trópico de Cochabamba, donde se protege de una orden de arresto por acusaciones de trata de personas, el expresidente boliviano ha cambiado las órdenes ejecutivas por los consejos no solicitados, erigiéndose en una suerte de conciencia crítica del presidente electo, Rodrigo Paz.
Mientras Bolivia se apresta a un giro centrista tras dos décadas de hegemonía del MAS, Morales insiste en que su voz —la misma que dirigió el país entre 2006 y 2019— aún debe ser escuchada en los pasillos del Palacio Quemado.
La primera lección para Paz llegó envuelta en retórica antiimperialista. Morales advirtió que Estados Unidos «no ayuda», sino que condiciona, en clara respuesta al plan del electo mandatario de restablecer relaciones a nivel de embajadores con la potencia norteamericana. Este consejo, no exento de ironía, revive el momento en que Morales, en 2008, expulsó al entonces embajador Philip Goldberg acusándolo de conspirar contra su gobierno. Para el expresidente, acercarse a Washington significa someterse a la política de un «imperio» cuyo interés no es la inversión estatal, sino la privatización.
Pero la estrategia de Morales va más allá del simple reproche. Al insistir en que decisiones cruciales —como la instalación de bases militares estadounidenses o la explotación del litio por transnacionales— deben someterse a referéndum, busca erigirse en guardián de la soberanía nacional y, de paso, colocar al nuevo gobierno entre la espada y la pared. Es un movimiento calculado para mantener vigente su capital político entre los sectores que aún lo consideran el defensor de los recursos naturales.
Este rol de consejero permanente se enmarca en una realidad más amplia: Morales fue excluido de las elecciones por un fallo del Tribunal Constitucional que lo inhabilitó para un cuarto mandato y luego perdió el control del Movimiento al Socialismo (MAS) en una lucha fratricida con el presidente saliente, Luis Arce.
Sin un partido que lo cobije y con su liderazgo disputado, los consejos a Paz son un intento de permanecer en la palestra pública y demostrar que, aunque ya no gobierna, su influencia sobre las bases sociales no se ha extinguido.
Resulta particularmente revelador que Morales, mientras aconseja a Paz sobre cómo gobernar para la «gente humilde», no haya podido evitar señalar con desdén la propuesta de «capitalismo para todos», que considera antagónica al socialismo que él impulsó. Sin embargo, su crítica omite un dato crucial: fue el desgaste de su propio modelo, agravado por la crisis económica durante el gobierno de Arce —heredero de su proyecto—, el que allanó el camino para que una propuesta capitalista moderada resultara atractiva para los bolivianos .
Al final, la figura de Evo Morales como consejero no solicitado revela la paradoja de un caudillo que se resiste a convertirse en historia. Mientras Rodrigo Paz se prepara para enfrentar una crisis económica con escasez de combustible, inflación galopante y un déficit fiscal abultado, Morales insiste en dar lecciones de gobierno. Sin embargo, en la Bolivia actual, marcada por el agotamiento de los extremos, sus consejos suenan más a un eco del pasado que a una brújula para el futuro. La pregunta que flota en el aire es si el pueblo boliviano, que optó por el cambio, seguirá escuchando al profesor que no acepta que su clase terminó.
(Luisa Mamani es hija de uno de los soldados que capturaron al Che, es historiadora e investigadora y profesora de la Universidad Mayor de San Andrés)