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El peso fantasma se rinde; el dólar está cerca de 500

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Hubo un tiempo, en la memoria no tan lejana de este país, en que el dólar era un espectro. No se nombraba en voz alta, pero su sombra alargada dictaba el trueque en los rincones. A finales de los 80, era un acto de contrabando y necesidad.

Uno se jugaba más que el pellejo al cambiar a cinco pesos por dólar, buscando con ansia al turista o al diplomático que, con su tarjeta mágica, podía comprar en las diplotiendas lo que la libreta de racionamiento solo prometía en sueños.

Era el pecado original de una economía que ya mostraba sus grietas, un delito de lesa patria que, sin embargo, era la única solución para untar mantequilla en el pan.

Luego vino el derrumbe, el “periodo especial” que fue cualquier cosa menos especial. En 1993, el fantasma se hizo un monstruo y se disparó hasta los 150 pesos. La necesidad popular, cruda y desesperada, le puso ese precio a la moneda prohibida.

Fue entonces cuando el Estado, en un acto de realismo forzado, metió las manos. Lo domesticó, lo oficializó y lo encadenó a un tipo de cambio de 25 por uno. Durante casi tres décadas, esa fue la mentira oficial, el espejismo sostenido por decreto en el que un médico ganaba, al cambio, diez dólares mensuales. Era un número mágico que mantenía la ficción de una economía funcional.

La mano visible y torpe del gobierno

La llegada de Canel y su “Tarea Ordenamiento” rompió el hechizo con la crudeza de una bofetada. La bancarización, las tiendas MLC y la unificación cambiaria no fueron más que el reconocimiento tácito de que el monstruo había escapado de su jaula.

Ahora, El Toque, ese termómetro fiel de la calle, marca 482 pesos por dólar. Es una cifra que quema, que humilla, y que anuncia su próximo hito redondo: los 500.

Una moneda que, en la Cuba prerrevolucionaria, llegó a cotizarse por debajo del peso, hoy vale más que el salario de 10 días de un profesional.

La culpa de esta espiral no es de una mano invisible del mercado, sino de una mano muy visible y torpe: la del gobierno cubano. Es la escasez provocada, la incapacidad productiva crónica, el modelo obsoleto que huye hacia adelante con medidas que solo son parches en un barco que se hunde.

La gente no corre detrás del dólar por capricho, sino porque es el único oxígeno en una economía ahogada por el control y la ineficiencia. El fantasma, ahora reinante, es el juez implacable de un sistema que se niega a aprender de sus propios errores.

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