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Por Laritza Camacho ()
La Habana.- Salvado milagrosamente y tomado como rehén por ambas orillas. Y el ridículo cake de cada cumpleaños, y el pupitre convertido en objeto de culto combatiente.
Recuerdo la visita de una maestra amiga, muy querida, con crisis de nervios a cada rato, y niños jugando en el parque bajo mi ventana en Monte… Ese día, mi amiga se paró en una silla y llamó a los niños con esa pedagogía y esa gracia que no pierden los profes, aún cuando hayan perdido la cabeza.
—¿Ustedes conocen al niño Elián González?
—¡Sííí!
—¿Ustedes saben que Fidel le regaló un cake de cumpleaños?
—¡Sííí!
—¿Por qué Fidel no les ha regalado un cake a ustedes?
Ante esa pregunta, el silencio se podía cortar… Los niños sabían que el terreno se había vuelto peligroso. Mi mamá atajó a mi amiga, les advirtió a los niños de su locura con señas por detrás, ellos rieron y todo terminó.
Mi amiga lloró por un supuesto niño que le habían quitado en el parto, un niño que, según ella, era el ministro de no sé qué… En fin, locuras. Luego almorzamos, tomamos café y la despedimos.
También recuerdo el día de la vista de Elián para decidir, finalmente, si regresaba.
Ese día, llegué a la emisora y un cartel nos prohibía mencionar siquiera a Elián. Eso era increíble, después de haber estado tanto tiempo saturando los medios con su nombre. Nos pedían comportarnos como anormales y hacer pasar a los oyentes por tontos.
Me negué a entrar al estudio. Mi compañero asumió el programa. Regresé cada día durante una semana, en mi horario de trabajo, hasta que el director de la emisora se dignó a escucharme.
Todo ese tiempo, la gente cuchicheaba que yo estaba fuera «por lo de Elián».
El director de mi programa pensaba que yo estaba buscando un lío. Éramos amigos; nos distanciamos y costó largos años volver a reanudar la amistad como se debe.
Al director de la emisora le dije que estaba segura de que, desde arriba, mandaron ser cuidadosos, pero no mudos, y que todos prefirieron cortar por lo sano. Admitió que así mismo fue y me dijo que entrara a mi programa… Me negué… «No como donde orino, y viceversa», dije.
Elián regresó. A mí me pareció justo.
El tiempo pasó.
Elián se hizo universitario… ¿Elián se hizo universitario?
Elián fue designado diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular… Elián regresó a Cuba, su patria, para desconocerla y avergonzarla.
Desconoce el señor diputado que Céspedes era poeta; también desconoce la grandeza de la pluma de Martí.
De un plumazo, el niñito dorado borró el mambo, el danzón y el bolero, y los negó. ¡Oh, vergüenza inaceptable! En tierra mexicana, donde se veneran y se cuidan como tesoros invaluables.
Elián González no sabe de Capablanca, no conoce las hazañas del Kid Chocolate ni del Andarín Carvajal…
Elián González tiene, dicho en buen cubano, un pupitre en la cabeza.
Esta desvergüenza no podemos permitírsela al niño Elián, porque ya no es un niño y porque, desde su ignorancia a ultranza, pone en peligro a los muchos niños que hoy por hoy necesitan ser salvados con historia, con orgullo patrio, con toda esa cultura acumulada en el alma isleña del cubano, que nos mantiene vivos y orgullosos de lo que somos como pueblo, como país.
Si algo hay de respeto en su alma, si se ha leído algún verso de Martí, Elián debe renunciar y hacerlo de inmediato. No hay otra manera de enmendar su falta hacia la patria.
Es lo que pienso.