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Por Yeison Derulo
La Habana.- En Cuba, la fidelidad no se mide por los méritos, sino por los halagos. El régimen ha convertido el servilismo en una moneda de cambio, y los nuevos millonarios del castrismo ya no son los históricos del Partido, sino los voceros de la televisión.
Esta vez la lotería de los privilegios cayó en manos de Gabriela Fernández Álvarez y Michel Torres Corona, los rostros visibles del programa Con Filo, ese espacio donde el cinismo se disfraza de patriotismo y la propaganda se vende como periodismo.
Según revela La Tijera News, ambos han sido recompensados con dos flamantes Mipymes en el corazón del Vedado, como premio a su lealtad al desastre.
Nada de esto sorprende. En la isla de los apagones y las colas infinitas, el poder se reparte entre quienes repiten consignas y aplauden los abusos. El pueblo pasa hambre, pero los voceros del régimen estrenan locales. Uno de los negocios, según la denuncia, está en la misma calle donde viven —27 entre A y B— y el otro, en Zapata y 2, promete ser el próximo “emprendimiento revolucionario”.
En un país donde abrir una cafetería sin padrino es imposible, los presentadores de Con Filo ya tienen las llaves, las licencias y, probablemente, el capital que el ciudadano común no verá nunca.
Lo más probable es que ni siquiera sean los verdaderos dueños. Como en toda estructura mafiosa, hay testaferros, favores cruzados y silencios comprados. Detrás de cada fachada pintada y de cada “negocio privado” se esconde la sombra de algún general o funcionario de GAESA. Así funciona la economía paralela del castrismo: el poder reparte prebendas entre sus voceros para mantenerlos contentos, dóciles y, sobre todo, callados. Son el escaparate amable de una dictadura que se cae a pedazos, pero que sigue premiando a los que sostienen su mentira.
Mientras tanto, el cubano de a pie pelea por un litro de aceite, un analgésico o una hora de electricidad. La gente se enferma, muere, emigra, y los medios oficiales lo ocultan bajo discursos sobre “resistencia creativa”. En ese país en ruinas, los Gabriela y los Michel de la revolución viven su pequeña prosperidad privada con aire acondicionado, cuentas bancarias activas y todas las ventajas de una élite disfrazada de pueblo. Ellos son la nueva aristocracia roja: revolucionarios con cafetería, comunistas con punto de venta y dólares de sobra.
Cada vez que esos rostros aparecen en la pantalla defendiendo el modelo cubano, deberían tener la decencia de mostrar el logo de sus Mipymes al lado del escudo nacional. Porque eso son: empresarios del discurso oficial, accionistas del cinismo. Mientras el pueblo no tiene ni para un pan, los heraldos del régimen tuestan café con privilegios. Cuba se hunde, pero ellos siguen con filo, cortando la verdad a pedazos y brindando con el dinero que la miseria les pone en la mesa.