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Por Dagoberto Valdés Hernández (Centroconvergencia.org)
Pinar del Río.- La prohibición de celebrar un homenaje a Celia Cruz en La Habana con motivo del centenario de su nacimiento, mañana 21 de octubre, ha desatado una avalancha de críticas demoledoras contra las autoridades cubanas que, a través del Centro Nacional de Música Popular, han censurado el homenaje que venía ensayando el grupo de teatro El Público, con la dirección de Carlos Díaz y la dramaturgia de Norge Espinosa, para realizarlo este pasado domingo 19 a las 8:30 p.m., en la Nave 3 de la Fábrica de Arte Cubano en La Habana.
No es ni la primera, ni quizás la última censura, irracional y contra natura, que ejecute este régimen totalitario que ha intentado por más de 66 años someter, reprimir, silenciar e incluso borrar y reescribir, los más genuinos fundamentos de la cultura cubana. Es la guerra cultural desatada por una ideología hegemónica y excluyente, cerrada sobre el absurdo de sí misma y convertida en dogma inaceptable y en “religión profana”.
Esa guerra la ha perdido, definitivamente, la ideología totalitaria, aunque todavía agonice en el poder fáctico de la fuerza bruta, pero vencida ya por su obsolescencia, deshumanizante y disecante del alma de la nación.
Los pueblos viven por su cultura. Viven de su cultura y solo pueden sobrevivir si son fieles a sus raíces culturales. Y la cultura es la forma de vivir y expresarse el alma de los pueblos, su carácter trascendente. La historia de la Humanidad nos ofrece sobradas pruebas de naciones que han desaparecido del mapa, se han quedado incluso sin su Patria, “la tierra de sus padres”, y han sobrevivido gracias a la resiliencia de su cultura, de su espíritu nacional.
El siniestro genio del filósofo marxista italiano Antonio Gramsci sostuvo que “el poder de la ideología era más fuerte de lo que Marx había imaginado y que era necesario trabajar más para superar la hegemonía cultural”.
Esta misma visión fracasa cuando la ideología pierde toda credibilidad al ser contrastada con la dura y tozuda realidad que la niega. Y fracasa doblemente cuando se “trabaja más” con la “contrahegemonía” cultural que es, supuestamente, la de las clases obrera y campesina y que, en realidad, es la “contracultura” totalitaria del poder en estado terminal.
De esta forma, lo que Gramsci llama el “sentido común” que “no es otra cosa que nuestra vida de todos los días”, es decir, “el espacio vital de lo cotidiano”, ese sentido común que es la realidad, se vuelve contra la propia teoría marxista gramsciana: la realidad desmiente a la ideología y a la cultura hegemónica del Estado totalitario enarbolada, como maltratados pendones, por los que el mismo filósofo calificó como los “intelectuales orgánicos”. Todo grupo en el poder los necesita para producir y reproducir su hegemonía y para ello se vale de estos intelectuales “encargados de elaborar y difundir mediante los más diversos tipos de organizaciones e instituciones, las relaciones económicas, jurídicas, políticas, filosóficas, artísticas, científicas, ideológicas y religiosas”.
Esto es lo que ha intentado hacer, y hace, el sistema totalitario cubano, especialmente a través de sus intelectuales orgánicos, sin tener en cuenta que es un dato de la realidad que existen intelectuales independientes que, por no servir a ideologías hegemónicas, piensan con cabeza propia, tienen bien formada su conciencia crítica y han rechazado las “máscaras políticas”, tal como nos legó aquel “que nos enseñó primero en pensar”: el Padre Félix Varela.
Lo que no podía calcular el marxismo-leninismo, ni el marxismo de Gramsci con su estrategia de dominación de los pueblos por la vía cultural, ni el materialismo ateo, es que existe un factor que es superior e indomable: el espíritu humano y el alma de los pueblos. He aquí la causa primera y más profunda del fracaso de las ideologías y de los regímenes totalitarios, que es de orden antropológico: todo ser humano es un espíritu libre capaz de liberarse a sí mismo y contribuir a la liberación de los demás cuando asume su responsabilidad ética y cívica.
Todas las teorías, filosofías, y todos los regímenes económicos, políticos, sociales y culturales, inspirados en esas filosofías materialistas y ateas, han fracasado estrepitosamente, por esa misma razón: no han tenido, no han creído, en el alma humana, en esa dimensión trascendente que se escapa a todo cálculo ideológico y político. Y vence a una “cultura” desalmada que intenta ser hegemónica y excluyente.
Lo que provoca este tipo de cultura sectaria y represora es un severo daño antropológico que durará más que el cambio económico y político, y que solo podrá ser sanado mediante el fomento de una verdadera cultura libre, responsable, ética y cívica, mediante un proyecto educativo sanador, personalizador, socializador y trascendente. Vale decir que la sanación del alma y de la cultura de los cubanos solo podrá alcanzarse con la inspiración de un proyecto humanista integral como el de Varela y Martí.
Por eso, hoy, 20 de octubre, Día de la Cultura cubana y en vísperas del centenario del nacimiento de una de sus más grandes exponentes, Celia Cruz, los cubanos podemos y debemos proclamar que, jamás, ninguna censura, ninguna cultura excluyente y hegemónica, ningún régimen totalitario de cualquier signo, podrá prevalecer sobre el espíritu humano, ni sobre el alma de la nación cubana.
Que intelectuales de reconocida valía y honestidad como Carlos Díaz, Norge Espinosa y otros como Rosa Marquetti y Daniel Triana, hayan querido hacer un homenaje a Celia a 100 años de su nacimiento en medio de esta Cuba oscura y oscurantista es una prueba contundente de esta afirmación. La propia Celia con una sola palabra sigue derrumbando los muros de la patética censura: ¡Azúcar!
¡Que viva nuestra Celia Cruz!
¡Que viva la cultura cubana!
Y que la censura aprenda que nadie puede encerrar al espíritu humano, porque nuestra vocación universal es la libertad.