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En el esplendor del siglo XVII, una mujer desafió los límites de la moral, la religión y la justicia de su tiempo: Marie-Madeleine-Marguerite d’Aubray, marquesa de Brinvilliers.
Hija de una familia acomodada, educada para la obediencia y el decoro, pronto descubrió que su mundo estaba lleno de hipocresía y engaños. Su matrimonio con Antoine Gobelin de Brinvilliers no le ofreció ni amor ni respeto; su marido prefería el juego y las amantes, dejándola sumida en la soledad. Fue entonces cuando encontró a Godin de Sainte-Croix, el hombre que transformaría su vida y la arrastraría a un sendero oscuro.
El destino quiso que Sainte-Croix pasara un tiempo en prisión, donde aprendió de un compañero de celda el arte de preparar venenos. Con ese conocimiento, y con el resentimiento que ambos compartían, nació una alianza peligrosa. Marie probaba las dosis en los enfermos del hospital donde acudía con dulces envenenados, perfeccionando el arte de matar en silencio.
Primero cayó su padre, después sus hermanos. Las muertes parecían naturales, pero detrás había años de rencor y un frasco de arsénico bien dosificado. Durante un tiempo, la marquesa disfrutó de una vida tranquila, hasta que la muerte accidental de su amante reveló la existencia de una caja sellada con fórmulas y pruebas incriminatorias.
La justicia la alcanzó, y bajo tortura confesó lo que había hecho. Su caso no fue solo un escándalo personal: destapó una ola de sospechas en la corte de Luis XIV, donde el veneno se convirtió en el fantasma que recorría palacios y alcobas. La llamada “afaire de los venenos” sacudió los cimientos de la nobleza francesa.
La fue ejecutada en 1676. Su vida quedó como advertencia y leyenda oscura: la de una mujer que, en un mundo de opresión, eligió el veneno como su forma de poder. (Tomado de Datos Históricos)