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En una sala del Museo Nacional de Arte de Rumania, en Bucarest, se alza una escultura que parece contener dos almas en una sola pieza de madera. Se la conoce como la Estatua Doble de Mefistófeles y Margarita.
Tallada en sicomoro a finales del siglo XIX por un autor desconocido, la obra mide más de un metro setenta y esconde un ingenio que sorprende incluso hoy. Visto de un lado, aparece Margarita, la joven inocente de la tragedia Fausto de Goethe. Al girarla, el rostro cambia: es Mefistófeles, el demonio tentador. Un espejo detrás permite contemplar ambos perfiles al mismo tiempo: la pureza y la corrupción, la víctima y el verdugo, el bien y el mal.
La pieza dialoga con la esencia misma de la obra de Goethe: Fausto, en su pacto con el diablo, sacrifica su alma a cambio de poder y placer. Margarita, seducida y arrastrada a la tragedia, paga el precio con su vida… y sin embargo, en su inocencia, obtiene el perdón divino. El contraste entre ambos destinos palpita en cada fibra de la escultura.
Más que un juego óptico, la estatua es un recordatorio de las fronteras difusas entre virtud y perdición, de cómo la tentación y la inocencia conviven dentro del mismo mundo, e incluso dentro de cada ser humano.
Porque, al final, no hay espejo más implacable que el que nos muestra que todos llevamos, al mismo tiempo, algo de Margarita y algo de Mefistófeles. (Tomado de Datos Históricos)