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Por Luis Alberto Ramirez ()
Según una publicación reciente de El Nuevo Herald, los hermanos Rodríguez, Jorge y Delcy, figuras clave dentro del régimen venezolano, habrían solicitado a Catar que intercediera ante el presidente Donald Trump para lograr un acuerdo político que permitiera una “transición democrática” en Venezuela.
Detrás de esa propuesta, según el diario, se escondía una jugada desesperada: la salida de Nicolás Maduro del poder, bajo la condición de que se le eliminaran los cargos por narcotráfico y lavado de dinero, se anulara la recompensa por su captura, y se le garantizara el exilio en un tercer país.
La administración estadounidense, de acuerdo con la misma fuente, rechazó rotundamente la propuesta, afirmando que Maduro no representa al pueblo venezolano ni ostenta una presidencia legítima, y que los cargos en su contra no son asuntos políticos, sino delitos graves contra la seguridad nacional de Estados Unidos, los cuales no prescriben.
En otras palabras, Washington dejó claro que no hay negociación posible cuando se trata de crímenes de narcotráfico, corrupción y lavado de dinero.
Si esta información es cierta, y El Nuevo Herald no está exagerando, el panorama para Maduro se torna sombrío. El hecho de que haya enviado a sus más cercanos colaboradores, los hermanos Rodríguez, piezas fundamentales de su engranaje político, a negociar en su nombre, demuestra un nivel de desesperación pocas veces visto. Cuando un líder comienza a buscar salidas a través de intermediarios extranjeros, y más aún, cuando esos intermediarios apelan al país que considera su mayor enemigo, es señal inequívoca de que el poder se le está escapando de las manos.
Maduro sabe que el cerco se cierra. Las sanciones económicas, las investigaciones internacionales, la pérdida de aliados estratégicos y el creciente descontento dentro de sus propias filas lo han dejado prácticamente sin margen de maniobra. Si es cierto que recurrió a Catar para negociar su salida, estamos ante un intento desesperado de salvar lo poco que le queda: su libertad y su seguridad personal. Pero la respuesta de Washington, firme y contundente, deja claro que no habrá indulto para quien convirtió a Venezuela en un Estado fallido y en una plataforma del crimen organizado.
En este contexto, solo quedan dos caminos: entregarse o morir con las botas puestas. Y si Maduro realmente está utilizando a los únicos que todavía lo acompañan, los hermanos Rodríguez, como emisarios de una negociación imposible, quiere decir que por algo el león resbalaba. Miedo a la traición, miedo al abandono, miedo a la justicia internacional que, tarde o temprano, como el león, lo alcanzará, aunque se suba en la rama más alta de un árbol.
Porque cuando el poder se derrumba, no hay Dios que lo salve, ni oro que compre el olvido. Y quizás, como suele ocurrir con los dictadores que se creen eternos, sus mismos aliados lo entreguen por pendejo, ladrón y cobarde.