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Por Redacción Nacional
La Habana.- El drama energético cubano se ha convertido en un espectáculo de mendicidad internacional. La reciente confirmación de la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, sobre la venta de combustibles y el envío de ayuda humanitaria a Cuba no es más que otra muleta para sostener a un régimen arruinado. La Habana, sin dinero, sin crédito y sin vergüenza, sigue dependiendo de la caridad ideológica de sus aliados políticos. México, bajo el discurso del “humanismo” y la “soberanía”, ha decidido regalarle combustible a una dictadura que ni siquiera puede garantizarle electricidad a sus ciudadanos. El socialismo cubano, incapaz de producir su propio petróleo, ahora vive de lo que otros regímenes le tiran por lástima.
El caso es grotesco: entre mayo y junio de este año, Petróleos Mexicanos (Pemex) envió a Cuba más de 10 millones de barriles de crudo y 132 millones de litros de derivados, valorados en unos 800 millones de dólares. ¿Y con qué dinero los pagó el régimen? Con promesas vacías, con médicos mal pagados y con propaganda exportada. La supuesta “compra” es, en realidad, una donación disfrazada. Cuba no tiene liquidez ni producción que respalde esos acuerdos. Todo es parte del viejo trueque político del castrismo: ofrecer mano de obra barata —médicos esclavizados bajo contratos estatales— a cambio de combustible que termina desapareciendo entre la corrupción y el mercado negro.
Mientras Sheinbaum intenta justificar estos envíos como “ayuda humanitaria”, el pueblo cubano sigue hundido en la oscuridad. No hay comida, no hay medicinas y los apagones son cada vez más largos. El petróleo mexicano no ilumina hogares: alimenta los generadores de los hoteles militares y los tanques de los burócratas. El gobierno cubano, en lugar de invertir en energías renovables o en infraestructura eléctrica, gasta cada gota de combustible en mantener su aparato represivo y sus privilegios internos. Así funciona el socialismo caribeño: la miseria del pueblo es el combustible del poder.
Lo más indignante es que México, un país con millones de pobres, decida enviar recursos a una dictadura mientras sus propios ciudadanos padecen falta de gasolina y precios en alza. Bajo la retórica del “internacionalismo solidario”, el gobierno mexicano se comporta como un salvavidas político del castrismo, ignorando que cada barril enviado a Cuba prolonga la agonía de un sistema que debería haber muerto hace décadas. Los congresistas estadounidenses, como Carlos Giménez, tienen razón al denunciarlo: no se puede negociar un tratado de libre comercio mientras se financia a una tiranía que exporta represión y miseria.
En definitiva, Cuba no compra petróleo: lo mendiga. Y sus aliados, cegados por la nostalgia revolucionaria, lo entregan para mantener viva una estructura podrida. Ningún país soberano necesita caridad para prender la luz. El problema no es la falta de combustible, sino el exceso de dictadura. Porque mientras los cubanos siguen cocinando con leña y soñando con un ventilador encendido, sus gobernantes viajan en autos blindados con el tanque lleno, cortesía del “humanismo” de sus amigos ideológicos.