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El régimen alquilará hoteles a las cadenas internacionales

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Por Oscar Durán

La Habana.- El régimen cubano, hundido en su propia ineptitud, ha decidido entregar parte de lo que antes consideraba “patrimonio revolucionario” a manos extranjeras. El Gobierno, que durante más de seis décadas controló el turismo con puño de hierro, ahora alquilará sus hoteles a cadenas internacionales como Iberostar.

Lo que antes era “una conquista del socialismo”, hoy se ha convertido en mercancía de supervivencia para un sistema que hace aguas por todos lados. Este giro —el primero en el hotel Iberostar Origin Laguna Azul de Varadero— no es una muestra de apertura, sino la prueba más clara de que el castrismo se quedó sin ideas, sin recursos y sin vergüenza.

El negocio tiene un rostro desesperado. Cuba, con su economía colapsada, necesita divisas con urgencia para importar lo más básico: comida, combustible, medicinas. El turismo, que alguna vez fue el motor del país, hoy está paralizado. En lo que va de año, apenas han visitado la isla 1,8 millones de turistas, muy lejos de los 4,7 millones que llegaron en 2018. La gestión militarizada del sector —bajo el consorcio GAESA, propiedad de las Fuerzas Armadas— ha sido un fracaso absoluto. Y como siempre, en lugar de reconocerlo, el régimen lo disfraza de “nueva estrategia económica”.

La maniobra pretende darle a las cadenas internacionales una “mayor autonomía”. Es decir, libertad para hacer lo que el Estado nunca supo hacer: administrar con eficiencia. Hasta ahora, cada decisión pasaba por la aprobación de un burócrata del Partido: desde los menús hasta los salarios de los empleados. Los trabajadores cubanos, víctimas de este modelo esclavista, cobraban en pesos mientras el Estado se quedaba con los dólares. Con este nuevo sistema, las cadenas podrán fijar sus propios sueldos, un cambio que, si se cumple, dejará en evidencia décadas de explotación institucionalizada.

Pero no nos engañemos. Este “alquiler” no busca mejorar la vida del cubano, sino mantener a flote a una dictadura que se desmorona. GAESA, el pulpo militar que controla desde los aeropuertos hasta los hoteles, seguirá llevándose la mayor parte del pastel. Lo que se presenta como apertura económica es, en realidad, un intento de lavado de imagen ante la comunidad internacional. Marrero y su camarilla saben que necesitan mostrar signos de movimiento para seguir mendigando créditos y acuerdos con gobiernos extranjeros.

Mientras tanto, la competencia caribeña —Cancún, Punta Cana, Jamaica— avanza a pasos agigantados. En esos destinos, los turistas encuentran estabilidad, seguridad y servicios reales. En Cuba, encuentran apagones, escasez y un pueblo empobrecido que sobrevive entre la desesperanza y la censura. Ni los más experimentados operadores turísticos pueden vender ese desastre como “paraíso”. La ruina del turismo cubano no es culpa del embargo ni de la pandemia, sino del control enfermizo de un Estado que todo lo corrompe.

Al final, este intento de “alquiler revolucionario” solo confirma lo que el pueblo lleva años gritando: la dictadura está en bancarrota moral y económica. Cuba ya no tiene nada que ofrecer más allá de su miseria. Los mismos que prometieron independencia hoy alquilan el país por pedazos para sobrevivir. Y cuando un gobierno empieza a hipotecar su soberanía hotel por hotel, lo que está firmando no son contratos: son las últimas páginas de su propia historia.

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