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El precio de la ideología: Vida, derechos y futuro entre Cuba y Puerto Rico

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Comunismo y Anexión en el Caribe: . El Anexionismo y un debate que no es irracional.

Houston.- Este texto surge de la reflexión sobre el destino de dos islas que comparten origen y cultura, pero que muestran caminos opuestos. No defiendo el anexionismo, aunque comprendo por qué tantos cubanos lo consideran; lo que defiendo es la posibilidad de que Cuba recupere su grandeza sin perder su alma.

Dos islas, dos destinos

En el corazón del Caribe, Cuba y Puerto Rico comparten el mismo mar y una historia inicial común, pero sus destinos se bifurcaron con la fuerza de las ideas. Mientras Cuba se hunde en la oscuridad del control totalitario, Puerto Rico se alza con luz propia, ejemplo de democracia y respeto a la libertad.

La diferencia no está en la tierra ni en el clima, sino en la ideología: una eligió la servidumbre del dogma, la otra el camino imperfecto pero vital de la libertad.

Dos caminos, una historia partida

Ambas islas heredaron España, la fe, la lengua y el espíritu mestizo del Caribe. Pero al llegar la segunda mitad del siglo XX, Cuba apostó por un modelo de redención falsa: el Estado se erigió en dueño de todo, y el individuo perdió el derecho a decidir.

Puerto Rico, en cambio, mantuvo la fe en la ley, en el voto y en la dignidad del ciudadano libre.

Mientras en Cuba se exalta la obediencia y se castiga el pensamiento, en Puerto Rico se enseña la responsabilidad cívica.

En una, la ideología suplantó al hombre; en la otra, el hombre sigue siendo el centro del derecho.

El costo humano del comunismo

El precio que Cuba ha pagado por su ideología es trágico:

Más de seis décadas de pobreza estructural, donde el salario medio no alcanza para sobrevivir.

La diáspora más grande del Caribe, con millones de cubanos obligados a huir de la miseria y la represión.

La muerte del mérito y de la esperanza, en una sociedad que cambió el pensamiento crítico por consignas.

El comunismo no produjo justicia, sino ruina; no construyó igualdad, sino hambre. El pueblo cubano vive entre el desaliento y el desarraigo, viendo cómo el tiempo se detiene en las ruinas de su propio país.

Anexionismo: historia, frustración y espejismo

La idea del anexionismo cubano no es nueva. Surgió en el siglo XIX como una de las tres corrientes principales del pensamiento político criollo: junto al reformismo y al independentismo.

Figuras como Narciso López y Gaspar Betancourt Cisneros (El Lugareño) soñaron con unir la isla a los Estados Unidos, pensando que esa vía podía traer libertad, prosperidad y modernidad. Otros, como José Antonio Saco, advirtieron sobre el peligro de perder la identidad nacional.

Saco defendió la independencia moral y cultural de Cuba, convencido de que ningún país debía entregarse por cansancio o conveniencia.

El anexionismo histórico nació de la impotencia frente al poder colonial español; el anexionismo actual nace de la desesperanza frente al poder comunista.

En el fondo, ambos son hijos del mismo dolor: el del cubano que se siente prisionero, primero del trono, luego del partido. Hoy, casi el 90% de los cubanos —si pudieran expresarse libremente— mirarían hacia el norte o hacia el este, no por falta de patriotismo, sino porque el comunismo destruyó la patria desde dentro.

El cubano agotado, el joven sin futuro, el anciano sin pan, todos ven en Puerto Rico una ventana de dignidad y en Estados Unidos el sueño de estabilidad.

Una posición moral: no soy anexionista

Declaro con claridad: no soy anexionista. Y no lo soy por una razón profunda: porque sé que Cuba puede volver a ser lo que fue, una nación próspera, culta y admirada, capaz de construir su destino sin amo ni tutela. Pero entiendo —y no condeno— al cubano que mira hacia Puerto Rico o hacia Estados Unidos.

Cuando el Estado oprime, el ciudadano busca libertad donde pueda hallarla. Si el comunismo convirtió la patria en cárcel, ¿cómo juzgar al que sueña con respirar? El anexionismo actual refleja cansancio histórico, hambre de dignidad y nostalgia por la libertad perdida. El cubano de hoy no añora otra bandera; añora un país donde pueda vivir con decoro.

La luz de Puerto Rico

Al otro lado del mismo mar, Puerto Rico respira en libertad. Su ciudadanía es su escudo; su apertura al mundo, su motor. Aunque enfrenta desafíos económicos y sociales, mantiene un valor esencial: la libertad de elegir su destino. Allí se vota, se protesta, se emprende, se sueña. Su educación, infraestructura y nivel de vida reflejan lo que puede lograrse cuando el ser humano no está subordinado a un partido ni a un caudillo.

Puerto Rico, con todos sus problemas, conserva la dignidad del ciudadano que no teme pensar y la alegría del pueblo que puede mirar al futuro con esperanza. Esa luz desde el Este —de San Juan hacia La Habana— es espejo incómodo para la tiranía cubana y brújula moral para el pueblo que despierta.

Lección para América Latina

El contraste entre Cuba y Puerto Rico es una advertencia para todo el continente. Los pueblos no se salvan con discursos ni consignas, sino con libertad, trabajo y justicia real. Donde el Estado se erige en amo, muere el espíritu; donde se respeta al individuo, florece la nación.

Las ideologías totalitarias son trampas que disfrazan la servidumbre de justicia. Y su precio —como lo demuestra Cuba— es demasiado alto: ruina económica, miseria moral y exilio del alma.

Puerto Rico demuestra que la libertad, aun con sus contradicciones, es la única fuente de progreso y dignidad humana.

El precio de la ideología se mide en vidas rotas, sueños apagados y generaciones perdidas.
Cuba es la víctima de su propia utopía. Puerto Rico, la prueba viva de que la democracia, aunque imperfecta, permite al hombre ser libre y digno.

Dos islas, dos destinos: • Una, hundida en el mar de la opresión. La otra, iluminando el horizonte del Caribe con la luz de la libertad. Y entre ambas, la pregunta que duele y que redime: ¿seguirá Cuba soñando con ser libre… o terminará vendiendo su alma por un pedazo de pan?

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