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Una terrible adicción

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Por Luis Alberto Ramirez ()

Según informes de The New York Times y El País de España, que citan fuentes cercanas a los círculos del poder en Washington y Caracas, Nicolás Maduro habría ofrecido a Donald Trump un sorprendente acuerdo: dejar de enviar petróleo a China, tomar distancia de Rusia e Irán, y abrir las puertas de los recursos venezolanos, petróleo, gas y minería, a empresas estadounidenses.

La única condición impuesta por el mandatario venezolano habría sido permanecer en el poder.

La noticia, marca un giro político y moral que roza lo grotesco. Un régimen que durante años se proclamó “antiimperialista”, que basó toda su retórica en la confrontación con Estados Unidos y en la defensa del “socialismo del siglo XXI”, ahora se inclina ante el mismo imperio al que juró combatir. No se trata de diplomacia, sino de supervivencia.

El chavismo, con esta rendición disfrazada de negociación, ha echado por tierra toda ideología para revelar su verdadera esencia: el ansia desmedida de poder. Lo mismo pasa en Cuba y Nicaragua, solo les importan ellos, los demás, que se jodan, que se los lleve la corriente.

La más fuerte de las adicciones

¿Qué adicción puede ser tan fuerte como esta? Ninguna droga domina tanto al ser humano como el poder. A diferencia del alcohol o la cocaína, que destruyen el cuerpo y la mente, el poder destruye el alma. Se disfraza de patriotismo, de justicia social, de liderazgo, pero en realidad es una cárcel invisible. Quien lo prueba y se embriaga de su sabor ya no puede vivir sin él. Maduro, como tantos autócratas de la historia, es solo otro ejemplo de esta enfermedad que corroe naciones enteras.

La oferta de entregar soberanía económica a cambio de perpetuarse en el trono revela el punto final del mito revolucionario. No queda ni sombra de la supuesta lucha por los pobres, ni del antiimperialismo, ni de la “dignidad nacional”. Lo que queda es la imagen patética de un líder dispuesto a renunciar a todo, menos al poder mismo.

Y así, mientras millones de venezolanos emigran buscando un futuro que su país les niega, el régimen negocia con quienes alguna vez llamó enemigos. En este escenario, no hay izquierda ni derecha, solo ambición. No hay ideología, solo el miedo a perder el control.

El poder, cuando se convierte en adicción, no busca redención ni justicia: solo permanencia. Y quienes lo consumen con desenfreno terminan, inevitablemente, devorados por él.

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