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Un Nobel para Trump

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Por Luis Alberto Ramirez ()

Aunque durante años he visto con escepticismo muchas decisiones del Comité Nobel en Oslo, esta vez reconozco que el premio tiene un significado distinto y necesario. Al otorgar el Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado, el comité no solo distingue a una persona: da un espaldarazo al pueblo venezolano, sitúa la causa de la democracia y la paz en manos de quien ha trabajado por ellas públicamente y, al mismo tiempo, respalda la aspiración de un relevo legítimo en la presidencia del país.

Es comprensible que muchos recuerden premios pasados con reservas. Algunos galardones se han visto envueltos en polémica porque, a juicio de la opinión pública, fueron entregados a actores cuya influencia real sobre la paz no fue o no resultó ser, la esperada.

Ejemplos como el de Juan Manuel Santos por sentar en La Habana a los terroristas de las guerrillas colombianas, darle un curul en la asamblea nacional y perdonarle todos sus crímenes y al final de cuentas siguen en las mismas. A Rigoberta Menchú, por llamar a los indígenas a rebelarse contra el poder establecido y criticar y llamar al odio entre razas.

Al Expresidente Obama por decir que iba a terminar la guerra en el medio oriente, cosa que el lugar de disminuirla, la aumentó. Esa memoria crítica hace que la decisión actual se juzgue con lupa.

Pero más allá de los precedentes, el premio a Machado opera como un reconocimiento simbólico y práctico. Simbólicamente, envía al régimen venezolano y a la comunidad internacional un mensaje de que la lucha por la democracia y los derechos civiles cuenta con apoyo moral y político fuera del país; prácticamente, puede ofrecer mayor protección y visibilidad internacional a una figura y a un movimiento que han sido objeto de represión y persecución. Ese tipo de respaldo no es irrelevante: puede abrir espacios diplomáticos, frenar atropellos y dar aire a las demandas democráticas.

Las frustraciones

Entiendo también la frustración de quienes hubieran querido ver el premio concedido a otros actores, por ejemplo, a Donald Trump, por su papel en mediaciones en Oriente Próximo que algunos valoran como inéditas. Es legítimo debatir sobre quién merece un Nobel y por qué; no obstante, el reconocimiento concedido en Oslo en esta ocasión destaca el valor de la resistencia civil frente a un régimen autoritario y la prioridad de la restitución de derechos políticos para millones de ciudadanos. Las mediaciones geopolíticas y las acciones en el escenario internacional merecen análisis, y a veces aplausos, pero la deliberación del Comité ha optado por visibilizar la causa venezolana.

No es mi intención minimizar los problemas reales que han surgido tras otros premios: cuestionar decisiones pasadas forma parte del debate democrático. Sin embargo, celebrar que el Nobel reconozca a una líder que pone el énfasis en una transición pacífica, en elecciones libres y en la defensa de los derechos civiles, es coherente con los valores que, al fin y al cabo, deberían presidir este galardón. Para millones de venezolanos, este reconocimiento es un acto de esperanza: la comunidad internacional observa, nombra y respalda su anhelo de vivir en democracia.

Un premio correcto

Finalmente, cabe subrayar algo esencial: un premio internacional no resuelve por sí solo una crisis política ni garantiza cambios automáticos, pero sí cambia el tablero. Cuando el mundo declara su apoyo público a la lucha pacífica por la democracia, se dificulta la criminalización impune de la disidencia y se abre la puerta a mayores esfuerzos diplomáticos y de protección.

Por eso, aunque mi desconfianza histórica hacia ciertos Nobel persista, hoy encuentro razones de peso para aplaudir la decisión: esta vez el premio cae donde, en mi opinión, puede fortalecer la causa correcta, la del pueblo venezolano y su legítima aspiración a la libertad y la paz.

Nota: este artículo expresa una posición personal crítica y reflexiva sobre los premios y su impacto; reconoce la complejidad de los procesos políticos y la necesidad de que la comunidad internacional actúe con prudencia, pero con firmeza, en defensa de los derechos humanos y la democracia. Los nombres expuestos en este escrito no representan un critica al personaje en realidad, sino a la decisión de Oslo de otorgar premios de la Paz a quien no se lo merece.

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