Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Carlos Carballido ()
Donald Trump ha vuelto a ser humillado por el Comité Noruego del Premio Nobel por La Paz. En su primer mandato, ya había sido ignorado pese a ser el primer presidente estadounidense en décadas que no inició una guerra abierta, y ahora, en 2025, se le niega otra vez el Premio de la Paz en favor de María Corina Machado, cuya supuesta “lucha democrática” en Venezuela tiene más de construcción simbólica que de sacrificio real.
Lo paradójico es que Trump había intentado posicionarse como artífice de un plan de paz entre Israel y Hamas, convencido de que un acuerdo de alto impacto diplomático le devolvería prestigio internacional y lo pondría en carrera para ese reconocimiento. Pero su “Plan de Paz” podría terminar siendo un arma de doble filo.
El acuerdo, presentado como una oportunidad histórica para detener la violencia en Gaza, tiene los rasgos de una tregua estratégica, no de una paz real. Al buscar resultados rápidos y visibles —un alto el fuego y la liberación de rehenes—, Trump ofreció una ventana temporal que podría permitir a Hamás y Hezbolá rearmarse, reorganizar sus cuadros y preparar una nueva ofensiva con mayor capacidad y legitimidad política.
Desde el punto de vista islámico, lo que Occidente interpreta como “paz” (as-salam o as-sulh) entre enemigos irreconciliables, en el mundo musulmán suele entenderse más bien como “hudna”, una tregua temporal con los no creyentes, aceptable solo mientras fortalece la posición del islam. Este principio, profundamente arraigado en la jurisprudencia islámica clásica, explica por qué cada cese de fuego en Gaza se percibe como un respiro táctico, no como un acuerdo definitivo.
El problema es que el pacto de Abraham, firmado años atrás para normalizar relaciones entre Israel y varios estados árabes, parece haberse convertido en una ilusión diplomática. Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Bahréin muestran voluntad de cooperación con Tel Aviv, pero Irán, Yemen y Siria siguen siendo los verdaderos pivotes de la resistencia islámica, canalizando armas, dinero y entrenamiento hacia milicias que desafían cualquier estructura de paz.
El plan de Trump ignora deliberadamente ese eje chií y pretende congelar el conflicto sin desactivar su raíz ideológica. En la práctica, la tregua podría servir para que Teherán y sus aliados ajusten su maquinaria bélica bajo el paraguas de una falsa estabilidad.
Por otro lado, la aparente paz en Gaza parece responder menos a una aspiración moral que a una necesidad económica. Varios países árabes necesitan estabilidad para atraer inversiones, mientras Estados Unidos y China compiten por reconstruir el territorio como vitrina geopolítica.
En ese contexto, Hamás es un estorbo, pero su eliminación total también podría desatar un vacío que nadie está dispuesto a llenar. Trump, obsesionado con la imagen de “negociador supremo”, parece no entender que su plan satisface los intereses económicos de las potencias más que los de la seguridad israelí.
El equilibrio militar de la región también está cambiando. Pese a la retórica de apoyo incondicional a Israel, Washington ha incrementado sus ventas de armas a Arabia Saudita, Egipto y Emiratos Árabes más que a su principal aliado.
En términos estratégicos, eso diluye la supremacía israelí en el Medio Oriente y plantea una pregunta incómoda: ¿está Estados Unidos preparando un equilibrio multipolar que termine dejando a Israel aislado y dependiente? Si la tregua impulsada por Trump consolida ese escenario, el resultado sería un debilitamiento progresivo de la disuasión israelí frente a sus vecinos y una pérdida de confianza interna en su propio aparato de seguridad.
Finalmente, el hecho de que el Nobel se haya entregado a María Corina Machado, sin logros tangibles en materia de paz, refuerza la idea de que el galardón se ha vuelto una herramienta de propaganda occidental más que un reconocimiento a la pacificación real.
Esa decisión simbólicamente vacía deja a Trump ridiculizado y, lo que es peor, legitima la diplomacia superficial que él mismo impulsó. Si su plan de paz con Hamás y Israel fue concebido para ganarse un trofeo personal, el resultado podría ser un boomerang geopolítico: no solo podría fracasar su intento de redención internacional, sino también precipitar la erosión de la fortaleza israelí, poniendo en riesgo la continuidad del único Estado judío del planeta y del único estado democrático en el Medio Oriente.