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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- La historia de Cuba en el siglo XX quedó marcada por un proceso donde el pluralismo fue eliminado de raíz. Fidel Castro, con un instinto político voraz y un espíritu manipulador sin límites, convirtió la revolución en un terreno de purgas y traiciones. Su meta no era la democracia ni la justicia social, sino la instauración de un poder absoluto, construido sobre la eliminación sistemática de sus propios aliados.
Sin pluralismo jamás existirá una nación democrática. Esta es una verdad ineludible. Y Fidel Castro la convirtió en brújula para edificar un sistema a su antojo y voluntad, demoliendo cualquier posibilidad de debate o alternancia.
Desde el mismo triunfo de 1959 comenzó la gran reestructuración: un proceso implacable para eliminar obstáculos, debilitar a los viejos comunistas del Partido Socialista Popular (PSP), deshacerse de figuras incómodas y, cuando fue necesario, inventar traiciones para limpiar el camino hacia su dictadura personal. Fue un proceso sucio y criminal.
Aníbal Escalante, cuadro histórico del PSP, intentó fortalecer a los comunistas en el aparato estatal. Pero Castro no toleraba dobles centros de poder. Lo acusó de fraccionalismo, conspiración y sectarismo, montó un juicio político y lo desterró de la vida pública.
La “microfracción” fue la excusa perfecta para liquidar a los comunistas que, irónicamente, habían sostenido sus primeros pasos.
El pluralismo interno tampoco tenía cabida. Huber Matos, héroe de la Sierra Maestra, denunció el rumbo comunista y terminó condenado a veinte años de cárcel en un juicio amañado.
Camilo Cienfuegos, carismático y popular, desapareció en un misterioso accidente aéreo que muchos consideran más crimen que casualidad. Nadie podía opacar al líder.
El modelo fue claro: acusaciones fabricadas, pruebas manipuladas, delaciones bajo presión y condenas ejemplarizantes. Una máquina represiva heredada de los métodos de Joseph Fouché, pero sin el refinamiento de éste. Cruda, brutal y eficaz.
Pensar distinto era igual a conspirar; criticar, sinónimo de morir o ser borrado del mapa político.
A medida que caían los incómodos, emergía una cúpula dócil y obediente: Raúl Castro, Ramiro Valdés, Juan Almeida, y luego el coro de burócratas sumisos que se plegaron al desastre. Eran los guardianes del dogma, beneficiarios del poder, pero también cómplices de la destrucción nacional.
Fidel Castro caminó sobre una estela de traiciones, chantajes y calumnias. Se erigió en líder supremo, poniendo su voluntad por encima del orden, de la lógica y de la verdad. Así convirtió la revolución en dictadura, y la esperanza de un pueblo en tragedia.
Así, la revolución que prometía libertad se transformó en la prisión más larga del continente. La traición no fue un accidente en el camino de Fidel Castro: fue su método, su esencia y su legado.
En nombre de la historia, destrozó la nación; en nombre del pueblo, lo convirtió en esclavo; y en nombre de la verdad, levantó el monumento más alto a la mentira.