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La pañoleta azul del adoctrinamiento

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Por Oscar Durán

La Habana.- Las escuelas cubanas han encontrado una forma muy curiosa —y perversa— de rendir homenaje al Che Guevara: escoger el día de su muerte para ponerle una pañoleta azul al cuello a los niños de primer grado. Dicen que representa el cielo de la patria, pero lo que realmente simboliza es el comienzo del adoctrinamiento. En lugar de aprender el valor de la libertad o la importancia del pensamiento crítico, los pequeños aprenden a repetir consignas y a jurar fidelidad a una patria que, en el fondo, nunca les pertenecerá del todo. Desde tan temprano, ya los convierten en piezas del engranaje ideológico de una maquinaria que no cesa de reproducirse.

El acto, como siempre, está cargado de solemnidad y frases de museo. “Por la ruta de Martí, con la guía de Fidel y por la Patria y el Socialismo”, recitan, sin entender una palabra. Los padres, algunos con lágrimas en los ojos, otros con resignación, entregan la pañoleta azul como si entregaran la libertad de sus hijos. Todo bajo la mirada de un retrato del Che que sonríe desde la pared. El mismo Che que fusiló sin juicio, el mismo que soñó con fabricar hombres nuevos moldeados por el Estado. En su nombre, los niños reciben un trozo de tela que pesa más que una bandera.

Nada hay más cruel que apropiarse de la inocencia para perpetuar una ideología. Lo hacen cada año, con la complicidad de maestros y funcionarios que hablan de “educación integral” cuando convierten la escuela en una trinchera política. En los micrófonos de la prensa oficial, la directora del centro promete formar “niños conscientes de los valores humanos”. Lo dice con esa voz de libreto que usan los funcionarios cuando repiten sin creer. Los valores humanos, en Cuba, se resumen en obedecer, callar y agradecer por la miseria.

La Organización de Pioneros José Martí se presenta como una institución para fomentar el amor por la patria. En realidad, es la primera etapa de una carrera obligatoria hacia el pensamiento único. Desde los seis años, los niños aprenden a marchar, a levantar la mano, a decir “Pioneros por el Comunismo, seremos como el Che”. Esa es la primera gran lección: no ser uno mismo, sino ser como alguien más. Un molde que empieza en la pañoleta azul y termina en el carnet del Partido.

Y mientras los pequeños juran ser “moncadistas siempre listos”, el país sigue hundido en la ruina moral y material. Los que mandan saben que necesitan nuevos creyentes, porque los viejos ya no creen en nada. Por eso adoctrinan tan temprano, antes de que los niños aprendan a pensar, antes de que sepan que el cielo de la patria no es azul, sino gris. Esa es la verdadera lección del día del Che: en Cuba, la educación no es un derecho, es una estrategia. Una forma de sembrar obediencia donde debería germinar libertad.

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