
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Victor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Llevar tanto tiempo en la oscuridad hace aparecer mutaciones importantes pero también afecta un grupo importante de cosas básicas… un grupazo, diría yo. Levantarse de la cama, tras la alarma insistente, es algo así como tratar de nacer pero sin que la madre de a luz, más bien da a oscuridad.
El feto, yo, desconecta la alarma y se sienta en la cama empapado, y no de líquido amniótico precisamente. Casi tengo que decirle a mi esposa me de par de nalgadas para que llore pues ganas de llorar tengo, lo que no me decido. Así, entre tinieblas, salgo a caminar. Nada tiene carga, el teléfono menos, así que salgo al mundo lleno de inocencia y ganas de partirle la cara a alguien.
Todo lo hago a tacto, a recuerdo limpio. Afeitarse a tacto tiene riesgos pues puedo terminar como Scarface o peor aún. Para colmo, el tacto lo tengo comprometido por unos arañazos en las yemas de los dedos de la mano izquierda. Tocar cañones con yayais en los dedos es terrible.
Así, tanteando y maldiciendo, busco la ropa. Lo mismo me pongo una camisa de uniforme que un vestido de Mileidy. La parte más complicada es escoger las medias. Si están enrolladas y embutidas, no hay lío, de lo contrario termino poniéndome una azul y una verde, como hoy. Aprovecho y le hago un reconocimiento al grupo LGBTIQ+, que no sé lo que significa cada letra pero los respeto igual.
El colofón de la oscuridad fue la caída del teléfono por no calcular bien el bolsillo. El condenado cayó con la pantalla directamente al piso, como el pan con mantequilla. Ahora mismo, ni Spiderman logra una telaraña como la que tiene. Una caída así, de tanto significado histórico, no ocurría desde la caída del Muro de Berlín. Otra que le tendré guardada al Muchacho del Catao.