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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- En este país de frases épicas y consignas que se repiten hasta que se les gasta el brillo, hay una que parece grabada a fuego en la redacción de El Artemiseño: la del periodismo de coraje y sonrisa. Se llenan la boca hablando de su utilidad para el pueblo, de su papel en la defensa civil, y de no dejar de transmitir ni en medio de un huracán.
Uno los lee y casi puede ver el halo de virtuosos que se han construido a base de menciones de honor y de contarnos cómo se las ingeniaron para usar grupos electrógenos y WhatsApp para informar. Tanta autocelebración da casi tanto mareo como una resaca de ron barato.
El huracán Rafael, cuentan, no quebró un solo cristal de su sede. Lástima que esa metáfora de la resistencia no les sirva para ver las tormentas que se desatan a sus pies, en la misma calle donde viven los que dicen servir.
Antaño se enorgullecieron de haber estado conectados a 54 grupos de WhatsApp para colar sus mensajes durante un ciclón, pero parece que en ninguno de ellos circuló el rumor, convertido en grito desesperado, de lo que ocurre en la Casa de Abuelos “Orlando Herrera Juver”, en Sant Antonio de los Baños.
Los nueve periodistas de la plantilla, tan diligentes, ¿navegan en una burbuja digital tan selectiva que es impermeable al desvío de recursos, a la falta de higiene y a la negligencia que denuncian los familiares? O es que, tal vez, hay ciertas miserias que no caben en un mensaje de texto, ciertas realidades que manchan más que el lodo de una inundación y que, por tanto, son más fáciles de barrer bajo la alfombra de la indiferencia.
Y aquí es donde la crónica se vuelve personal, Joel Mayor. A usted, subdirector del referido periódico, le corresponde una mención especial. Su pluma, afilada para defender a ultranza cada directriz y cada logro del castrocomunismo, ¿enmudece ante un administrador alcohólico que, se dice, bebe con amigos después del trabajo mientras los abuelos a su cargo carecen de lo esencial?
Usted, que sabe tanto de consignas, ¿no escucha el reclamo que pregunta dónde están las inspecciones, el control, la fiscalía? Uno esperaría que un periodista de su supuesta talla, en un medio que se precia de su cercanía al poder local, al menos alzara la voz para preguntar por qué las autoridades de Salud Pública y el gobierno municipal miran hacia otro lado.
La denuncia pinta un cuadro que hiela la sangre: no es solo la posible corrupción de un individuo, sino la podredumbre de un sistema que lo permite. Se habla de que Eduardo Martínez esquiva inspecciones gracias a sus vínculos con la Seguridad del Estado, cuyos miembros, se alega, recibirían beneficios del almacén del centro.
Si esto es cierto, estamos ante algo mucho más grave que una simple mala gestión; es la constatación de una impunidad blindada que convierte a las instituciones que deberían proteger a los más vulnerables en cómplices de su desamparo. El Artemiseño podría investigar si la lealtad a algunos es más importante que la lealtad a la verdad.
Dicen que su periódico está listo para «nuevos modelos de gestión», que ansía experimentos que les den autonomía. Uno se pregunta si esa tan anhelada independencia incluye, finalmente, la libertad de nombrar las cloacas propias. Porque de nada sirve tener la mejor conexión a internet si no te conectas con el dolor de tu gente.
De nada sirve tampoco un techo intacto tras un huracán si bajo él se cobijan redactores que no ven la descomposición que crece a la vuelta de la esquina, en un asilo donde los abuelos, se denuncia, huyen por el maltrato y las pésimas condiciones.
Al final, la pregunta que flota en el aire, tan pestilente como las aguas albañales de un río contaminado, es esta: ¿el periodismo de El Artemiseño existe para contar solo lo que gritan -tal vez musitan- los dirigentes castristas, o para limpiar la podredumbre que otros ignoran?
Mientras tanto, en San Antonio de los Baños, la Casa de los Abuelos sigue esperando a que alguien, con un carnet de prensa en el bolsillo y algo de valor en el corazón, decida que esta historia también merece ser contada. Aunque no gane un premio. Aunque no le pongan un «me gusta» en alguna red social. Y aunque solo sirva para devolverle un poco de dignidad a quienes ya no tienen más voz que el susurro de una denuncia.