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Por Boris Malsashenko ()
En medio de la selva espesa de Quintana Roo, donde el canto de los pájaros se mezcla con el murmullo del viento, se levanta una montaña de piedra que domina el horizonte: Nohoch Mul, “el gran montículo” en lengua maya. Su silueta emerge entre los árboles como un eco del pasado, un recordatorio de la grandeza de quienes aprendieron a construir en diálogo con el cielo.
Nohoch Mul es la estructura más alta del sitio arqueológico de Cobá, y una de las pirámides más elevadas de todo el mundo maya, con más de 42 metros de altura. Desde su cima, el viajero puede contemplar la selva infinita, igual que lo hicieron los sacerdotes y astrónomos mayas hace más de mil años.
Cobá fue una poderosa ciudad que dominó las rutas comerciales del norte de Yucatán, conectando lagos, calzadas y templos con su vasto sistema de sacbés —caminos blancos de piedra— que unían su corazón con otros centros mayas distantes.
Subir Nohoch Mul era una experiencia sagrada. Cada peldaño representaba un nivel del universo: el ascenso desde la tierra hasta el dominio de los dioses. En su cúspide se realizaban rituales para honrar al sol, a la lluvia y a los ancestros, mientras el humo del copal ascendía como plegaria hacia el firmamento.
En la parte superior se encuentra un pequeño santuario que alguna vez estuvo cubierto de estuco y pintura. Allí, los sacerdotes interpretaban los ciclos del calendario y las estrellas, asegurando la armonía entre la naturaleza y el cosmos.
Nohoch Mul no era solo un edificio: era un observatorio, un altar y una escalera hacia lo eterno.
Con el paso de los siglos, la selva cubrió sus escalinatas, pero nunca apagó su espíritu. Hoy, Nohoch Mul sigue de pie, majestuosa y silenciosa, custodiando los secretos del tiempo.
Los mayas creían que quien subía al templo se acercaba a los dioses. Y aún hoy, al contemplar el atardecer desde su cima, es imposible no sentir que el cielo —por un instante— se inclina hacia la tierra.
Nohoch Mul no es solo una pirámide: es el suspiro de la selva convertido en piedra, el eco del cielo que aún resuena en el corazón del mundo maya.