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Arqueología de frases épicas en un país con hambre endémico y crisis perenne

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Por Jorge Sotero ()

La habana.- Parece que en este país de frases épicas y consignas que se repiten hasta que se les gasta el brillo, hemos encontrado un nuevo deporte nacional: la arqueología de las sentencias. No se trata de resolver los problemas, sino de desenterrar, con el cuidado de un paleontólogo, aquellas frases que un día dijeron ‘nuestros líderes’ y que ahora sirven para todo, como un comodín en la baraja del discurso oficial.

Es una especie de «¿qué habría dicho el Comandante?» pero en versión reducida, de bolsillo, como esos puros que ya no se pueden fumar pero que decoran bien las vitrinas. Elías Argudín, el mismo que ya nos enseñó lo delicado que puede ser jugar con las palabras con aquello de ‘Negro, ¿tú eres sueco?’, ha rescatado del baúl de los recuerdos tres perlas de Raúl Castro. Sesenta y seis años de carrera política resumidos en tres frases. Es como si de toda tu vida solo pudieran salvar tres fotos: la del carnet, la de la primera comunión y una en la que, por casualidad, no sales desenfocado.

Dicen que lo bueno se defiende solo, y es verdad. Pero lo que no se defiende solo son los contenedores de basura que llevan semanas desbordados, ni el voltaje que se desmaya en plena madrugada llevándose por delante el aire acondicionado y el poco sueño que le quedaba a uno.

La simetría de la que habla Argudín, un triste periodista de un tristísimo periódico llamado Tribuna de La Habana, no es la que falta entre el que critica y el que escucha, sino la que brilla por su ausencia entre la urgencia de la gente y la parsimonia de las soluciones.

Mientras, en las esquinas, los contenedores rotos son el monumento perfecto a una gestión que parece creer que el «duende de la limpieza» existe y vendrá a arreglarlo todo por arte de magia.

Las frases ‘geniales’ de Raúl Castro

La primera frase rescatada es, por supuesto, «Fidel es Fidel». Una verdad de Perogrullo que, sin embargo, se enuncia como si contuviera un misterio cósmico. Es la clase de afirmación que es imposible de refutar porque no significa nada concreto; es un acertijo sin solución, un espejo donde cada cual proyecta lo que quiere ver.

La genialidad está en que no se puede discutir. Es como decir «el mar es mar» o «la suegra es la suegra». Uno asiente con la cabeza, espera una revelación, y al final se queda con la misma perplejidad con la que empezó.

Luego viene la gran ecuación: «los frijoles son tan importantes como los cañones». Incluso, en tiempos de vacas flacas, «más importantes». Es una frase con una lógica de supervivencia impecable, de esas que suenan bien en un discurso y que tranquilizan a cualquiera. El problema surge cuando, tras décadas de repetirla, te das cuenta de que los frijoles escasean con la misma terquedad con la que los cañones siguen ocupando el centro de la parada.

Uno mira a su alrededor y piensa: si son tan importantes, ¿dónde están? ¿Se los comieron los cañones? La frase, entonces, deja de ser una consigna alentadora para convertirse en la letra de una canción que todos nos sabemos, pero cuya melodía no suena en los mercados.

El relato perpetuo

La tercera, la que Argudín considera la clave de la salvación, reza: «Si hay comida para el pueblo no importan los riesgos». Es la más temeraria de todas, la que tiene un punto de romanticismo revolucionario que, en la práctica, se traduce en que el pueblo asuma riesgos que nadie le pidió permiso para tomar.

Es la frase que justifica cualquier cosa con tal de que el fin –un plato de comida– sea loable. Pero la gente está harta de jugar a la ruleta rusa con su comida. Uno prefiere, la verdad, un plato de lentejas sin riesgos que una promesa de filete a cambio de saltar al vacío. El pueblo ya no quiere más riesgos; lo que quiere es que le recojan la basura.

Al final, todo este ejercicio de exhumación lingüística se parece a esos concursos de televisión en los que hay que adivinar la frase famosa con pocas pistas. La diferencia es que aquí, el premio no es un viaje ni un electrodoméstico, sino la perpetuación de un relato. Un relato que se sostiene sobre unas cuantas frases célebres, mientras la realidad, tozuda y desnuda, se empeña en contarnos otro cuento muy distinto. Uno en el que los héroes no hablan con aforismos, y en el que la épica ha sido sustituida por la simple y llana necesidad de vivir un día más sin que se te funda el protector de línea.

(Por cierto, en nueve tomos de Obras Completas de Raúl Castro, Elías Argudín solo pudo encontrar tres frases… así será el bodrio)

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