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En la primavera del año 2000, una cámara trampa en los bosques de Karelia captó una imagen conmovedora: un osezno con los ojos muy abiertos, parado junto a su madre caída, que había muerto repentinamente por un infarto o una causa desconocida.
El osezno permaneció allí, confundido y temblando, antes de desaparecer entre los árboles.
Los investigadores que analizaron el video temían lo peor, ya que un osezno tan pequeño y sin habilidades para alimentarse por sí mismo rara vez sobrevivía.
Sin embargo, cinco años después, uno de esos mismos investigadores cambió su enfoque hacia los lobos. Al revisar las primeras grabaciones sobre una migración de lobos, se sorprendió al ver a un joven oso pardo caminando junto a la manada.
Intrigado, llamó a sus colegas, quienes le confirmaron que ese oso había estado con los lobos desde que era un cachorro.
Este descubrimiento fue un momento de revelación para el investigador. El osezno, en lugar de morir, había sido adoptado y criado por los lobos.
Fue un giro inesperado: «Pensé que vi el fin de su historia. Resulta que solo era el comienzo.»