Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Alguien que sostenga el corazón

Comparte esta noticia

Por P. Alberto Reyes Pías

A propósito del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Evangelio: Lucas 17, 5-10)

Camagüey.- Se inicia este Evangelio con una petición de los discípulos al Señor: “Auméntanos la fe”. ¿Por qué esta petición?

Anteriormente, Jesús ha ido presentando las exigencias del discipulado: ha pedido pasar por la puerta
estrecha, ha dicho que “el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno del Reino”, ha
indicado que hay que perdonar “setenta veces siete”, es decir, siempre; ha dicho que “el que pone la mano en el arado y mira atrás no es digno de mí”… Ante este grado de exigencia, es natural la pregunta: “¿Seré capaz de convertirme en discípulo?”

De ahí la petición que hemos escuchado. Pero es una petición absurda, porque Jesús no puede
aumentarles la fe. Tener fe no significa creer que Dios existe o creer que Cristo es el hijo de Dios. La fe es la experiencia que nace de la respuesta libre que damos a la relación con Jesús y a la aceptación de su proyecto de amor sobre este mundo.

La fe es una experiencia de intimidad.

Pensemos en alguien con quien tenemos intimidad, alguien a quien amamos desde lo más profundo. ¿Qué ocurre con esa persona? Deseamos su presencia, añoramos su cercanía, nos sentimos confiados para hablar sin filtros, en total transparencia, cómodos para “existir” tal cual somos; nos sentimos seguros, protegidos, acompañados, tenidos en cuenta. Y en esa relación encontramos ánimo y fortaleza. Esto es la fe, cuando esa persona es Cristo.

De ahí la frase que dice que “la fe mueve montañas”, de ahí el ejemplo de poder arrancar un árbol de
raíz porque, ¿qué necesitamos en realidad para afrontar los retos de la vida, o para desarraigar lo que nos ata? Necesitamos a alguien que nos sostenga el corazón.

Por eso no es Jesús el que puede aumentarnos la fe, porque el crecimiento de la fe depende de nuestra
respuesta, no de su propuesta.

Nuestra fe aumenta a través de todo aquello que nos hace crecer en la relación
de intimidad con el Señor.

Esto explica la segunda parte del Evangelio, en la cual Jesús habla del siervo que llega de trabajar en
el campo y tiene que ponerse a servir a su amo. Porque el siervo siempre es siervo, esté donde esté. Servir es su naturaleza y su identidad.

Y servir es la consecuencia inevitable de la intimidad con el Señor y es, a la vez, alimento de esa
intimidad. Los siervos de la parábola somos nosotros, llamados a ser discípulos de Aquel que vino a
servirnos y a hacerse siervo hasta el punto de dar la vida por nosotros.

Podríamos resumir este Evangelio poniendo en boca de Jesús lo siguiente: “¿Quieres tener más fe?
Crece en intimidad conmigo, esa intimidad que te hará entender mi amor y mi presencia continua en tu vida, que te dará fuerzas para mover montañas, y que te ayudará a entender el servicio como tu naturaleza y tu sentido”.

Deja un comentario