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Por Jorge L.León (Historiador e investigador)
Un mito de sangre y fracaso
Convertido en icono de camisetas y pancartas, Ernesto “Che” Guevara sigue siendo venerado como un “guerrillero heroico”. Pero detrás de la foto en blanco y negro no hubo un médico brillante ni un estratega genial, sino un improvisado, un verdugo y un hombre marcado por el fracaso. Esta es la otra cara del mito.
Ernesto “Che” Guevara ha sido convertido en un mito revolucionario global, un ícono estampado en camisetas, afiches y consignas juveniles. Sin embargo, detrás de esa imagen romántica se esconde un personaje lleno de contradicciones, fracasos, errores de cálculo, brutalidad y un deleite morboso en la violencia. Este trabajo busca desmontar la figura idealizada del “guerrillero heroico” y mostrar la otra cara: la de un hombre sin brillo intelectual ni logros verdaderos, que terminó convertido en un desecho humano, traicionado incluso por quienes lo encumbraron.
Mucho se ha repetido que Guevara fue médico. Lo cierto es que sí cursó estudios de Medicina en la Universidad de Buenos Aires y existen documentos que lo certifican como graduado en 1953; sin embargo, la controversia nunca ha desaparecido. Varios testigos afirman no haber visto su título real, y en la práctica sus conocimientos nunca pasaron de la asistencia básica, más cercanos al oficio de enfermero que al de un médico de formación completa.
Lo innegable es que jamás ejerció con rigor ni dejó huella alguna en la ciencia. Su paso por la medicina fue anecdótico y estéril. Muy pronto abandonó cualquier vocación profesional para entregarse a la política y la violencia.
En Cuba, Fidel Castro lo designó presidente del Banco Nacional y luego ministro de Industria. Su gestión fue un verdadero desastre: decisiones improvisadas, desconocimiento total de la economía básica y un resultado marcado por el caos productivo y la ruina. La escasez fue su legado más palpable.
En la fortaleza de La Cabaña, Guevara fue responsable de centenares de ejecuciones sumarias. Su deleite en la muerte quedó reflejado en una frase atribuida a una carta dirigida a su padre, en 1957, tras fusilar al campesino Eutimio Guerra:
“Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar.”
Aunque la autenticidad de esta cita ha sido discutida, múltiples fuentes la recogen, y coincide con testimonios sobre su frialdad ante el paredón y su costumbre de dar el tiro de gracia personalmente. El Che no fue un humanista ni un libertador; fue un verdugo que encontró placer en el acto de matar.
Fracasos militares: del Congo a Bolivia
Si algo demuestra la historia es que Guevara tampoco fue un gran guerrillero. En el Congo, su expedición terminó en desastre: combatientes indisciplinados, falta de logística, carencia de apoyo popular y choques culturales que él mismo describió con prejuicios raciales hacia sus aliados africanos.
En Bolivia, su aventura final fue aún más patética. Sin respaldo del Partido Comunista local —presionado tanto por Moscú como por Fidel Castro—, Guevara quedó aislado en la selva, mal abastecido y sin conexión con el pueblo boliviano. Su final fue la captura y ejecución en La Higuera, no como un héroe, sino como un hombre derrotado, abandonado y traicionado.
La supuesta complicidad de Fidel en ese desenlace es un tema que genera debate. Lo cierto es que a Castro le resultaba incómoda la línea maoísta que defendía el Che, pues contradecía la dependencia cubana de la URSS. Su muerte, paradójicamente, le permitió a Fidel convertirlo en un mártir útil, borrando sus fracasos y silenciando la traición.
En sus escritos juveniles, Guevara dejó escapar visiones racistas hacia negros e indígenas, describiéndolos con estereotipos degradantes. Años después, en el Congo, criticó a sus aliados africanos como “indisciplinados” y “flojos”. El mito del internacionalista solidario contrasta con estos pasajes, que revelan a un hombre preso de prejuicios.
Incluso su libro La guerra de guerrillas (1960), presentado como manual revolucionario, fue poco más que un folleto ideológico. Carecía de profundidad estratégica, subestimaba factores claves como la logística, las comunicaciones y la inteligencia militar. Un “bostezo ideológico” antes que un tratado serio de guerra irregular.
Fidel Castro contribuyó a levantar el mito del Che, pero no por admiración sincera. La glorificación póstuma fue un recurso político: encubrir la traición, ocultar el fracaso y proveer a la revolución cubana de un mártir atractivo para el mundo. Mientras tanto, el verdadero Guevara quedaba reducido a lo que fue: un hombre sin logros genuinos, incapaz como dirigente, improvisado como estratega y sádico como verdugo.
Asi las cosas: la sombra tras el ícono
Che Guevara no fue un estadista, ni un pensador brillante, ni un guerrillero victorioso. Fue, en cambio, un fracaso en cada terreno que pisó, un verdugo que encontró en la muerte su realización, y un mito fabricado para ocultar la traición y el vacío de su obra.
Por eso, más que reproducir su rostro en camisetas, lo honesto sería reconocer la verdad: no queremos que nuestros hijos se parezcan a ese monstruo asesino. La historia, tarde o temprano, se encarga de desmontar los ídolos de barro.