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Por Anette Espinosa ()
Cienfuegos.- Ante la pregunta de si es mejor tener agua negra o no tener ninguna, la respuesta parece simple en la teoría, pero desgarradora en la práctica. En Cienfuegos, donde recientemente se documentó cómo un líquido oscuro y pestilente salía por las tuberías, los residentes enfrentan esta disyuntiva diariamente.
El agua negra no es realmente agua, sino una mezcla de sedimentos, óxido y contaminantes que representa más un riesgo para la salud que una solución a la sed.
Sin embargo, en un contexto donde la alternativa es la sequía absoluta, este veneno líquido pudiera convertirse en una solución para bañar los cerdos, por ejemplo, porque no creo que sirva para nada más. Incluso, ni para limpiar pisos aunque se someta a complejos procesos de filtrado casero.
La situación de Cienfuegos es solo un síntoma extremo de la crisis hídrica nacional. En toda Cuba, el agua que llega a los hogares—cuando llega—presenta niveles de contaminación alarmantes, con infraestructuras en estado crítico que mezclan aguas limpias con residuales.
Los cubanos hemos desarrollado ingeniosos sistemas de filtrado doméstico, usando desde tela de mosquitero hasta carbón vegetal, porque sabemos que beber directamente del grifo puede significar enfermedades gastrointestinales, parasitosis o problemas dermatológicos.
Mientras, los hoteles y negocios para turistas reciben agua embotellada, creando una segregación hidráulica que divide a cubanos y extranjeros en el acceso más básico.
El verdadero drama se intensifica cuando consideramos que muchos cienfuegueros ni siquiera tienen recursos para hervir el agua contaminada que reciben.
Con apagones que pueden extenderse por más de doce horas y el precio prohibitivo del gas -en el mercado negro- para cocinar, la opción de purificar el agua mediante ebullición se vuelve un lujo inalcanzable para muchas familias.
Así, la elección entre agua negra o ninguna se convierte en un cálculo de riesgos: exponerse a enfermedades potencialmente graves o enfrentar una deshidratación segura. Esta no es una situación de pobreza, sino de emergencia humanitaria, donde el acceso al agua potable—reconocido como derecho humano—se ha convertido en otro privilegio más en la Cuba actual.