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Por Jorge de mello ()
La Habana.– Pido disculpas por seguir hablando de un asunto aparentemente tan banal como la falta de agua. Prometo que por ahora esta será la última exposición de nuestras penurias.
Después de seis días sin entrar agua a nuestra casa, finalmente ayer por la tarde comenzó a caer un delgado chorro en la cisterna del edificio. Sin embargo, duró tan poco y fue tan escaso el hilo hidráulico que no logró llenar la cisterna ni los tanques elevados en el techo.
Hoy amanecimos pensando en cómo administrar la pequeña cantiad de agua que recogimos anoche, pues resulta insuficiente para vivir con higiene y con un mínimo de tranquilidad, sobre todo en una casa que no se limpia correctamente hace más de una semana, en la que tampoco se ha podido lavar la ropa sucia desde hace días, y donde estamos fregando y lavándonos sobre palanganas y cubos para salvar el agua sobrante y reutilizarla en descargar el baño y limpiar lo imprescindible.
Todo parece indicar que a partir de ahora en nuestra zona, en el mismo centro de la capital del país, no tendremos que preocuparnos más por ahorrar el preciado líquido, pues han decidido racionarlo también. Pobre país el nuestro, han racionado nuestras vidas durante tanto tiempo que lo han destruido. Han restringido los alimentos, medicinas, artículos de primera necesidad, la electricidad, el transporte y los servicios básicos, pero sobre todo, han racionado nuestros derechos civiles.
No soy sociólogo ni politólogo, carezco de las herramientas científicas necesarias para analizar nuestra realidad, pero el sentido común me indica que lo que nos está sucediendo desde hace tanto tiempo tiene que formar parte de un plan macabro bien organizado. He decidido publicar hoy estas líneas, porque he sentido tremenda pena cuando una excelente vecina me comentó con satisfacción que somos privilegiados, porque a las casas de la otra cuadra no les llega una gota de agua desde hace once días.
Es sabido que resulta muy difícil articular y empoderar la sociedad civil de un país con la población empobrecida y dependiente durante décadas, formada por individuos que nunca han conocido ni disfrutado sus derechos fundamentales y que además han sido contaminados metódicamente con un miedo patológico.
Pero está claro que para ponernos en el camino de las posibles soluciones, debemos comenzar por asimilar que además de la probada inviabilidad del sistema político económico que nos han impuesto, y de la ineptitud de los que dominan el país, el empobrecimiento sistémico ha sido el método doloroso, pero efectivo, establecido por ese grupo de hombres soberbios para mantenerse disfrutando ilimitadamente los beneficios del poder.
Hemos llegado a un límite en el que no es posible seguir aceptando esa circunstancia como un fatalismo irremediable, es nuestra responsabilidad buscar la forma de solucionarlo.