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Por Elier Vicet ()
Santiago de Cuba.- La imagen, cuidadosamente encuadrada, lo dice todo: la funcionaria, impecable en su postura, rodeada del aparato militar y político, en el corazón de una comunidad golpeada por las llustorias.
El titular oficial, previsible, habla de «presencia», de «atención a los afectados» y de un «trabajo constante». Es el guion de un teatro que se repite con monótona precisión cada vez que una catástrofe natural desnuda las vulnerabilidades que el sistema es incapaz de resolver de forma estructural.
La visita relámpago de Beatriz Johnson Urrutia a Siqua, bajo el amparo del MININT y las FAR, no es un operativo de auxilio; es un acto de propaganda. Se trata de una coreografía diseñada para proyectar la imagen de un gobierno solícito y en control. Sin embargo, basta rascar un milímetro debajo de la superficie del comunicado para encontrar el vacío.
No hay mención alguna a la entrega de materiales de construcción, colchones, medicinas o alimentos de forma masiva y organizada. No se anuncia un plan concreto de rehabilitación de viviendas, ni un proyecto de ingeniería para evitar que la próxima lluvia vuelva a inundar Baconao. El logro que se resalta, el único tangible, es la “presencia”. Es decir, el hecho de que ellos estuvieron allí. Para la foto.
Este es el núcleo de una estrategia de poder que prioriza la percepción sobre la realidad. El eslogan de «trabajo constante» es un insulto a la inteligencia de comunidades que llevan décadas en el mismo ciclo de abandono: llueve, se destruyen los caminos de tierra, quedan incomunicadas, llega la comitiva oficial, se toman las fotos, y la ayuda real —si es que llega— es gota a gota e insuficiente.
Cuando las aguas bajan, lo único que queda es el mismo fango de siempre y la promesa incumplida de que algo cambiará. Lo único que se «preserva» no es la vida, sino la frágil imagen de un Partido que necesita simular actividad donde hay, fundamentalmente, inoperancia.
Los adornos propagandísticos —los hashtags #JuntoAlPueblo o la cita a fuentes oficialistas como “El Chaquito Rebelde”— actúan como la cortina de humo definitiva. Convierten una emergencia humanitaria en un spot político, en un ejercicio de relaciones públicas donde la necesidad ciudadana es el mero decorado.
El pueblo de Siqua no necesita trending topics; necesita alcantarillas, carreteras asfaltadas y techos que no se caigan. No necesita que le muestren la fuerza del Estado en una foto, sino que la sientan en la solución de sus problemas.
La verdadera catástrofe no es solo la lluvia; es el abandono estructural que la lluvia revela. Cuando los carros oficiales se marchan, la comunidad se queda sola con la misma crudeza de siempre. La foto, entonces, se convierte en la prueba no de lo que se solucionó, sino de la distancia abismal entre un gobierno que posa y un pueblo que sufre. En Siqua, como en tantos otros lugares, sobró la pose y faltó lo esencial: un gobierno que, de verdad, gobierne para resolver.