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La Providencia: ayudar por necesidad, no por merecimiento

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Por P. Alberto Reyes Pías ()

(A propósito del XXVI Domingo del Tiempo Ordinario) Evangelio: Lucas 16, 19-31

Camagüey.- En el mundo en que vivimos, en el que existe, en el real, los seres humanos somos diferentes, nacemos en condiciones diferentes, con aptitudes diferentes, y nos desarrollamos en ambientes diferentes.

El objetivo de la humanidad no es lograr la igualdad, sino que, desde la diversidad, cada persona pueda tener una vida lo más plena, realizada y feliz posible. Y esto sólo puede lograrse desde una mentalidad de Providencia.

La Providencia se refiere a la intervención reparadora ante una situación crítica. Pero, ¿a dónde debe
mirar ese espíritu de Providencia, ese interés por solucionar una situación crítica? Debe mirar a la necesidad.

La parábola de Jesús solamente nos dice que Lázaro era un pobre necesitado. No nos dice si era un
hombre bueno, o trabajador; no dice que fuera humilde, educado, creyente, o buen padre de familia. No
sabemos si era pobre por circunstancias ajenas a su voluntad o porque siempre fue un vago, o porque
despilfarró irresponsablemente su patrimonio.

Por otra parte, no se nos dice que el rico fuera un hombre malvado, o disoluto, o adúltero. Es más,
cuando está en los tormentos, piensa en sus hermanos e intenta evitarles lo que él está pasando.

¿Dónde está, pues, el nudo de la parábola? El eje de la historia es la necesidad ignorada, la
indiferencia consciente, la negación de la ayuda posible.

La necesidad es lo importante

Por muy buenos que seamos, y por muchos medios que tengamos, no siempre vamos a sentir deseos
de ofrecernos a los demás, e incluso habrá personas cuya necesidad nos toque no el corazón sino el hígado.

En algún momento habrá personas a las que nos costará atender y ayudar. Por eso la mirada debe ponerse en la necesidad, no en si la persona se lo merece, o es oportuna o inoportuna, o si sabrá valorar y agradecer nuestro auxilio.

Tal vez hemos tenido la devastadora experiencia de haber acudido a alguien y sentir que nuestra
necesidad no le importa, que más allá de si esa persona podía o no ayudarnos, nuestro problema, nuestra angustia, le da igual.

Por el contrario, cuánto nos ha confortado la persona que nos ha escuchado, nos ha acogido, nos ha
arropado, aún en los casos en lo que no podía de ninguna manera solucionar nuestro problema.

Es absurdo pretender sentirnos siempre animosos y dispuestos para ayudar a los demás. Es verdad
que muchas veces nos ofreceremos a servir desde lo más puro y disponible de nuestro corazón, pero del
mismo modo, muchas veces sentiremos al otro como inoportuno, molesto, desagradable e incluso como
aprovechado, pero que esto sea cierto no quita su necesidad.

No olvidemos que nuestra identidad, la persona que queremos ser en la única vida que podemos
tener, se define por la fidelidad a nuestros valores. La actitud de estar disponible para otros no se enraíza en
el deseo del momento, ni en la cualidad del necesitado, sino en la decisión de vivir en actitud de
Providencia, es decir, abocados a intervenir de modo reparador en las situaciones críticas, penosas,
dolorosas, que la vida nos vaya presentando.

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